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viernes, 27 de enero de 2012

ENTRE VECINOS / GASTÓN SEGURA




Ni por lo más lejano imaginé, aquella tarde de hace ya un par de meses, cuando me telefoneó de urgencia para que la sustituyera en la junta de la comunidad de vecinos, la que se me venía encima. La verdad, en aquella ocasión, el asunto no era para descuido, porque se trataba de oponerse a la reforma del hall que algún lumbrera pretendía convertir, en comandita con una decoradora muy afectada y de acento indescifrable, en una especie de club de alterne, pero con tal profusión de dorados y terciopelos que Versalles a su lado no sería sino la caseta del perro.
Luego, la reunión se torció porque un señor prosopopéyico, que vive una planta más arriba, se empeñó en que el del 3º-C retirara las bicicletas de sus niños que, con maña e ingenio, había colgado en la pared de su plaza del garaje. Éste le respondió que nanay, pero eso sí, con ese español esdrújulo y perifrástico que se gastan los políticos y los “comunicadores mediáticos” para darse tono. El orondo y baritonal de arriba insistió cargado de razones y reglamentos, encima, secundado ansiosamente por otro par de propietarias que se la tenían guardada al del 3º-C, y éste, ante el acoso, acabó mandando su español de noticiario al obsoleto cesto de las cortesías perdidas y tirando de la castiza mala leche. Se armó tal gallera de insidias e insultos que, tras tres horas de refriega, me conocía al dedillo todas las sordas inquinas comunales, pero, oigan, de la urgente reforma de la recepción, nada de nada, porque nadie se había acordado de ella durante el fragoroso fuego cruzado. De manera que cuando regresé, totalmente desolado por lo vivido, y me la encontré supliendo la cena con un triste sandwich, le pedí que jamás me enviase a otro cónclave semejante.
—Me lo suponía —suspiró, pero de una forma tan exánime y fatigada como para ni anunciarme que me los había endosado para siempre. Y lo que es peor, como la presidencia de la comunidad es rotativa, pues desde hace dos semanas le ha correspondido, o mejor sería decir, que me ha correspondido como “presidente consorte” —aunque sea por lo criminal—. Y pese a que no me dé ningún quebradero de cabeza, el sólo hecho de asistir obligatoriamente a esas juntas para domadores con látigo, más el recochineo de “buenos días, presi” con que todos los vecinos y hasta el portero me saludan cada mañana, me tiene más que enojado, abochornado. Así que anoche le insinué que presentase su dimisión.
Me miró sorprendida y dijo:
—¿Ahora, que me acaba de presentar la prima de Sita un proyecto de reforma del hall monísimo? Eso ni lo sueñes. (25 de enero de 2012)

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