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viernes, 10 de enero de 2014

DESEO A TRES FUEGOS*

Prólogo por Jaime Velázquez

Los poemas del médico y poeta Manuel Carpio (1791-1860), nacido en Cosamaloapan, fueron reunidos en un volumen por José Joaquín Pesado en 1849; incluía una sección de “poesía herótica”, así, con hache, por lo que merece estar aquí, al principio de este libro, Deseo a tres fuegos, que celebra el encuentro y la nostalgia del cuerpo humano. Los poemas “heróticos” de Carpio son unos cuantos y para nuestro tiempo son cándidos y pudorosos, muy lejanos de lo que ahora podemos disfrutar con la poesía de Ivonne Moreno, Paola Torroella y Jorge Luis González.
El doctor Carpio no escribió auténticos poemas eróticos, como los que en nuestro tiempo tendríamos por tales, y sería interesante descubrir su esencia, que quizás no rebasaron los límites de aceptables composiciones amorosas.


Tantos años después, los poemas de Ivonne, Paola y Jorge Luis se ubican en una zona muy diferente, que Carpio no imaginó, donde hay un juego de distancias y cercanías que condensan algunas de las tormentas culturales del siglo XX (pienso en los poetas de la revista Contemporáneos, Novo, Villaurrutia).
Después de Carpio, los poetas modernistas y artistas como Julio Ruelas y Saturnino Herrán vieron algo de la grandeza mítica de Grecia, con ninfas y centauros, con amantes desnudos entrelazados que siglos antes vislumbró apenas Garcilaso de la Vega. En México, a pesar del gusto de sus habitantes por viajes reales y soñados, a través de paisajes europeos, los poetas descubrieron que ser independientes no los volvía menos europeos (Darío,viajero; Torri, sedentario). El auge de la producción editorial francesa en el siglo XIX originó una barrera que españoles y latinoamericanos se dedicaron a admirar, sin París se sentirían marginados, inmaduros. Años después, los españoles dominaron el mercado del libro en América Latina a través de traducciones, primero del francés, luego del inglés. La publicidad fue el motor que empezó a modificar la estatura de todos.
En ese mundo, el erotismo fue abriéndose paso lentamente. Censuras y reglamentos son notorios en la cultura popular, por ejemplo, en las miles de canciones que no pasan de lamentarse del poco o mucho amor que muestran los campeones de ventas de temporada ante jóvenes poseedores de enormes cantidades de tiempo libre, ¿poseídos por Onán?
Las esculturas en la Alameda Malgré tout y Desespoir, la fuente de Diana y la réplica de David en la capital de México, han logrado que parezcan excesivos los ropajes que cubren a Cibeles (D.F.) y a Minerva (Guadalajara), y tenemos pocos desnudos escultóricos más a la vista de todos, excepto en películas importadas. Pocos pintores mexicanos a lo largo del siglo XX han mirado el desnudo con la fascinación debida, no así los fotógrafos. Fernando Tola, notable editor peruano-mexicano, remontó la corriente y no dudó en divulgar obras eróticas, sin duda incluiría algunos de los poemas del presente libro, Deseo a tres fuegos, en su colección Los brazos de Lucas, donde nos dio a leer a Georges Bataille traducido por Margo Glantz (1978)*
Se necesita arte para desnudarse, tanto si se es modelo como si se es amante. Y la palabra alude tanto al cuerpo como a la poesía. Los poetas han sabido esconder el cuerpo y la adoración que le dedicamos en sus obras, como si de maquillaje se tratara, como si vivieran con las luces apagadas. Pero lo que dicen en el fondo puede ser descubierto por los buenos lectores.
Hace veinte años, un lugar, El Titanic, en la calle Xalapa de la ciudad de Veracruz, recibió la visita y el elogio de varios poetas. Al publicar sus poemas alusivos al table dance, los lectores demostraron que sabían de la existencia del trasatlántico, el barco, y del bar, que también se hundiría. Esta tarea siguió con una lectura en una cantina en el centro histórico, convocada bajo las luces de Eros. Lo que se leyó allí no fue publicado y quizás sea imposible rescatar hoy los textos que resonaron como un himno a la alegría, un sábado a mediodía, con un público natural, amantes de la rubia cerveza.
Y hace unos meses, en un café-bar, en uno los pasillos exteriores del centro comercial Plaza Américas, Ivonne, Paola, Marianhe Jahlil y Jesús Garrido leyeron poemas eróticos, lo cual en esta historia literaria que avanza muy lentamente con su carga de tesoros fabulosos, provenientes de las mil y una noches, fue un hecho extraordinario.
El recorrido de Ivonne Moreno indaga sobre el lugar donde el placer derrota la quietud. El deseo es una fuerza incontenible, por lo que las palabras se acercan con cautela. Entonces mira a Diana, representada en el baño, a Venus, y se pegunta por el amor, oye la música que une a los amantes, retoma la figura mítica del hombre como guerrero que debe encontrar descanso. Invoca el deseo, una verdad que se niega a ser reconocida y que a veces es suplantada por lo meramente sexual. Las palabras luchan por descifrar el ir y venir incesante del deseo. Se avivan los sentidos al percibir el “aroma de los aires del tiempo”. En el poema “La noche de luna deshojada”, la poeta contempla su tarea y camina: “jadeante la tarde culmina sin luz”.
Jorge Luis González une a Cupido con Eros. Se entrega como quien deja la estación a la que teme no volver y emprende el viaje de su destino. La fugacidad del erotismo no siempre está alojada en las habitaciones donde la mujer espera y que a veces alcanza y rebasa el fervor del amante. Así recorre el cuerpo amado, al final de un periplo en el que guardó la nostalgia para disfrutar el eterno placer. Sus llegadas, por tanto, son de alegría.
Y al final del recorrido por este libro, en el que recordamos a la ninfa de Garcilaso, que surge de un agua cristalina; el centauro de Urbina, el minotauro de Picasso, a las mujeres en sus baños en las pinturas impresionistas, a las mujeres desnudas a la orilla del río de Cézanne. Así, el agua es el elemento preponderante en los poemas de Paola Torroella, en la lluvia, como gotas, es evocada en la humedad lúbrica de la mujer que desea. Vivimos bajo la luna, que es diosa de las mujeres, y Paola mira también a su lado, o enfrente, en el recuerdo, en el placer, en los juegos de luces y sombras: luna plena, eclipse: te amo, ¿me amas? El tiempo transcurre como agua que fluye y el jabón renueva la piel y la pasión.
Margo Glantz, en el prólogo a su traducción de Historia del ojo (Premiá, 1978), del bibliotecario y editor Georges Bataille, llama la atención sobre los dos puntos que usaba el escritor para dar continuidad a su relato:
“Los dos puntos hienden el espacio tipográfico de Bataille tan obsesivamente como lo persiguen las tajaduras del nombre más bello para el sexo: culo. Ese culo redondo y puro, profundamente rajado, de las jovencitas orgíasticas…” (Propongo volver a mirar con los ojos de Balthus.) Y encontramos en la escritura de Paola una honda preocupación por el espacio donde los cuerpos son transfigurados (transverberación de santa Teresa, en Rubén Bonifaz Nuño y en la escultura de Bernini, éxtasis), vistos, criticados, perdidos, anhelados, recuperados. Allí hay unos puntos que cifran una significativa hendidura.

El erotismo lunar que vivimos pugna, en Deseo a tres fuegos, por el sol de Veracruz.

*Libro de poemas de Ivonne Moreno, Jorge Luis Gongar y Paola Torroella, con fotos de Carlos Cano, Jorge Luis Gongar, Abraham Neri y Claudia Ortiz. Diciembre de 2013