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miércoles, 8 de enero de 2014

LA SOMBRA DE LA NOVELA


CAPÍTULO I 


Se escribió mucho sobre la muerte de la novela y nadie preguntó por su cadáver, por su tumba o nicho. Los periodistas, o novelistas desencantados que consiguieron trabajo en publicaciones que hacían mercado con noticias de política y administración pública, vieron un espacio antes que nadie. Cerraron funerarias y panteones y presentaron nuevas novelas que apagaron los sollozos y cubrieron las historias alarmistas. Fueron soltando la publicidad de libros electrónicos y pagaron reseñas que celebraban formas de escribir cuya economía les aseguraba juventud y un público confiado. Apareció entonces un género que ellos mismos procrearon y que dejaron a un lado: entrevistas, fotos, planes para futuros libros, premios, llenaron horas de lectura y más libros sobre los libros. Algunos se volvieron profesionales del teatro de la novela. Buscaban escenarios para posar, preparaban respuestas que dejaban mucho que desear, porque los reporteros transcribían sus entrevistas sin percibir que, debajo del nombre del autor, no había gran cosa, no más que generalidades sobre las vetas donde habían encontrado, afortunados siervos de la vida, los asuntos y personajes que les mostraba complacientes en sus derroteros. Denunciaban pobrezas y fallos de los gobiernos, para a continuación mostrar los tesoros que estaban por mostrar a la luz del día. Y así llegaban al momento de su propia muerte, sin nada de qué arrepentirse y sin nada que decir para evitar que sus sucesores se perdieran en los túneles de la soberbia. Existo, luego aplaudan. Esas eran las últimas palabras que decían o que oían decir en sus últimos momentos. Morían sin preocuparse por los que antes que ellos habían muerto asfixiados por el polvo del olvido. Si en sus paseos por el más allá se encontraban a un escritor del siglo xix, lo saludarían y seguirían de largo como se hace con cualquier viejo vecino cuya amistad no nos interesa. Y sí, saludarían sin saber que les contestaban con la misma indiferencia. Un muerto más en la vía muerta.