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jueves, 16 de agosto de 2012

DESPEDIDA

Coincidimos miles en abrirnos al mundo con Internet, invitación a visitar la luna, sin pasar por entrenamientos militares. Y hemos descubierto islas. Países y escritores somos islas. Mi despedida del papel tuvo lo suyo en dosis de tristeza. Crecí visitando librerías y llevando libros a casa, sin hacer caso de los avisos sobre la caducidad, ¡quién iba a querer releer con tantas primeras ediciones! En mis viejos libros, los que he leído y los demás, las páginas se han puesto color amarillo oscuro, casi café y ya no se pueden leer. Preocupados salvadores microfilmaron todo, ahora “escanean”. Que los heroicos ingenieros sigan trabajando, descubrirán pronto lo último de lo último (tener Internet en un teléfono portátil será una piedra en el río). Por lo pronto, me represento un cuadro surrealista, libros como palomas en el aire, a la altura de un tercer piso. Tan cerca estamos que no sentimos las horas de vuelo. El libro llegará a su destino, claro que sí. Entonces a qué vienen tantos brincos. Es muy fácil decirlo: estamos y no estamos, nada más hay que revisar todo lo que hay, bajarlo, desplumarlo y esperar que al otro lado del mundo esté alguien haciendo lo mismo.
Creí que el librero conocía mi ritmo de lectura: tenía novedades cada vez que yo volvía, después de unos días. Lo que transporta Internet va a la velocidad de la luz. Ahora los escritores no saben donde están sus críticos. Quizás no les importa. Antes no sabían quiénes eran sus lectores. Ahora éstos tienen blogs y opinan, pero siguen siendo desconocidos; asoman por Facebook, lanzan condenas por Twitter, también saben escribir, aunque se ajustan a la boca de pequeños buzones.
El río pasa, crece y los escritores se hunden, a pesar de ser ligeros. Se hunden con la lengua, por lo que debemos rescatar las viejas palabras, traerlas del fondo. Leer del pasado lo que no hemos leído en nuestro caótico, disperso presente. Vale que leamos a los jóvenes, no puede ser que sus días pasen en silencio, hay lugar en el librero, junto a los creadores ancestrales que el tiempo ha respetado. Así que vuelvo a asombrarme con Benito Pérez Galdós, quien a los treinta años escribía novelas en un mes o dos, pletóricas de lo que no tienen los corresponsales del Internet de hoy.

No sé si recordaré todas las tiendas de libros que había entonces en Madrid…”, escribió Pérez Galdós en Napoleón, en Chamartin (enero de 1874).

Con estas palabras dejo este blog a la deriva, barco en mar electrónico que, iniciado en octubre pasado, se ha salvado de varias enfermedades y ha aceptado el tiempo que le han concedido 11 728 visitantes al día de hoy.