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domingo, 7 de diciembre de 2014

COLONIA ROMA, D.F., 1972

Páginas 34 a 36 de la novela inconclusa “Sitio de piedra”, que escribí en 1972, sin poder desprenderme de las rondas policiacas posteriores a los movimientos estudiantiles de 1968 y 1971.

[Es de noche y dos personajes salen del cine.]

… ve los tubos junto a los surcos que se deslizan a lo largo de las banquetas enlodadas, unos botes llenos de estopa y petróleo conservan la llama que advierte a los automovilistas que no hay paso. La calle está barricada con trincheras. Azul y rojo: biú, biú, biú. Las casas del barrio estudiantil apagan temprano las luces de sus entradas. Son antiguas casas del afrancesado tiempo del dictador, grandes y lóbregas: altas puertas, escaleras rechinantes, enrejadas ventanas, espantosos desvanes… Sus furtivas luces se adivinan detrás de las cortinas: la reverberación isócrona del televisor, la entumecida neón del restirador, el amarillento foco sobre la página de la revista o el libro, y por allá, imperceptible dentro del cuarto, el rojizo resplandor de los bulbos del radio. Azul y rojo: biú, biú, biú. La calle es un intestino donde corretean rabiosas ratas, los ñangos perros, los pensativos Kemein y Maisi sienten el aire fustigando los cuerpos y soltando los olores pegados en las paredes. Azul. Al llegar a la calle Zacatecas se acaban las zanjas, allí escuchan un grito de mujer y Kemein jala a Maisi contra la cortina de fierro de una tlapalería. Rojo. Enfrente, viniendo de la calle Jalapa, corre una muchacha. Biú, biú, biú. Se detiene en las puertas y golpea con los puños y grita. Azul. La patrulla la sigue despacio. Rojo. Cuando está cerca de ella un policía abre la puerta y está por bajarse cuando ella lo ve y cruza la calle. Rojo. Cae y del bolso salen monedas que chocan en el pavimento. Biú, biú, biú. Una voz potente, unas botas negras, un cráneo de casco, un rifle de insaciables balas. O un falo de cabrón, pensó Kemein después de dar vuelta en la calle Tonalá, al detenerse casi en la esquina de la calle Querétaro. El paisa de los tacos acaba de cerrar su puesto ambulante y lo va empujando. Kemein reprendía a Maisi, le dice que se guarde las lágrimas para otra ocasión, para cuando estuviera en la cama. Pero Maisi tenía demasiado apachurrada la respiración, parecía que el pelo, embrollado por el aire, la estrangulaba, adherido a su cuello por el sudor de la carrera. Una punzada se le clavó en el cerebro al oír las palabras de Kemein: la rabia se convertiría en una simple repulsión de mal dormir que fácilmente se quitaría mordiendo la almohada, como si solamente hubiera visto matar a un perro, o como si fuera una mujer embarazada que ve destazar un pollo en el mercado, como sentir un odio sin razón contra el carnicero, como si no fuera capaz de otra cosa más que de impresionarse y llorar como niña chiquita. Sea, pero Maisi no podía apartar de sus ojos las estridencias de los dos colores que giraban en el techo de la patrulla: rojo y azul, rojo y azul, y su pavorosa voz de silbido: biú, biú, biú incrustándose en los vidroios, en las rejas, en los postes, en los árboles y en su cara. Maisi sufría con pavor estar en la calle, temía toparse de improviso con la muerte. Los sonidos de lejanos camiones aumentaban y Maisi creía que se acercaban y unos hombres sacaban de sus cisternas gasolina y rociaban las casas y luego de otros camiones descendían hombres con lanzallamas y, cuando la gente, asfixiada por el humo, salía horrorizaba a la calle, allí mismo la rostizaban. Kemein le dijo que lo peor de todo era que la gente estaba roncando como piedra, y los tontos, los dejados, los noctívagos, los desunidos hombres andaban en la calle con pedante autosuficiencia. Puro muerto, unos, dormidos, no se imaginan lo que sucede en una ciudad de policías; otros, abandonados en las calles por nosotros y nosotros por ellos… Maisi se estremeció y buscó refugio en Kemein, sus sollozos le mojaban el suéter. Kemein, desembocando su abatimiento en cólera, le dijo: no seas pendeja, ¿de qué te sirve llorar. Maisi por fin habló: ¡no me digas así! Se zafó del cuerpo que la tenía abrazada y entró en el edificio, amarillo y gris, de cinco pisos, donde vivía Kemein.

DESFIGUROS DE ENRIQUE KRAUZE EN LA FIL GUADALAJARA

[Nota. Al día siguiente de la redacción y publicación en Facebook del artículo que sigue, El País dio a conocer un libro: “¡En qué estaría yo pensando!”, que lleva el subtítulo “30 periodistas de El País explican sus peores fallos”, 4 de diciembre. Es de reconocer la importancia de esta acción, un primer paso ejemplar en la dirección correcta.]

Hace falta una oficina que se encargue de multar a los entrevistados o colaboradores de periódicos que mientan o que den pistas falsas o fraudulentas a los lectores, también debería haber una modalidad de seguros que proteja a los dueños y directivos de los periódicos por incluir informaciones dañinas. Habría una gran excepción: los políticos, ya que es sabido que su trabajo consiste en abusar de la imprecisión del lenguaje y en ser malabaristas de palabras que suenan bien y que no dicen nada. Gran solución ha sido abrir una sección de comentarios de los lectores en algunos periódicos y la apertura de un cubículo para el defensor del televidente en algún canal. Mientras mejora la relación medio-lector, los afectados seguiremos quejándonos en balde, sin poder enviar sugerencias como sería esta: “Ahórrenos la publicación de una entrevista con el señor fulano de tal”. O, “cuidado con los mitómanos”.

Varias personas intervienen en la publicación de una noticia, el encargado de agregarla en el periódico y darle un lugar, el diseñador, etc. Ayer El País publicó una nota de Verónica Calderón con el señor Enrique Krauze, que andaba por la Feria del Libro de Guadalajara. Pero, ¿fue ella la que escribió el encabezado: “Krauze: ‘Decir que Octavio Paz era de derechas es una barbaridad’.” ¿Fue ella la que redactó una pequeña entrada para atraer a los lectores: “El historiador y escritor reivindica la figura del único Premio Nobel de Literatura mexicano en el centenario de su nacimiento”. ¿Ella destacó entre párrafos lo siguiente: “Paz quería un diálogo con la izquierda, lo pidió siempre y se murió pidiéndolo”? Yo creo que eso lo hizo un encargado de la redacción, un editor.
Según Calderón, Krauze dijo que Paz “se puso sobre los hombros una tarea que se antoja titánica: sumergirse en la psicología del mexicano e intentar descifrarla. El resultado es El laberinto de la soledad, un ensayo meticuloso, doloroso, fascinante y majestuoso.”
En México sabemos que Paz no fue el iniciador de esta labor y que no fue el único. Antes que él hubo otros escritores iniciadores y que hicieron aportaciones, más de veinte años antes que Paz. Lo que sí puede decirse es que el ensayo de Paz es el más conocido, el más leído, y que a ello ha contribuido el quehacer de Paz como poeta, comentarista político y de artes plásticas, director de dos revistas: Plural y Vuelta. Tan es sabido, que Verónica Calderón en su transcripción de la conferencia de Krauze anotó que éste dijo: [la psicología del mexicano] es “un campo minado del que muy pocos han conseguido salir indemnes. Y que ninguno ha descifrado con la maestría de Paz”. En ese “muy pocos” y en ese “ninguno” están los autores que han escrito sobre el mismo tema, antes y después del ensayo de Paz. Yo agregaría que todos, incluso Paz, han contribuido a “descifrar” algo que en esencia es indescifrable pues no se han usado con rigor las herramientas que hoy tienen a su disposición antropólogos, sociólogos y otros académicos. Además, hay que recordar que la formación de Paz fue la de un abogado y que muchas de sus afirmaciones son más poesía que ciencia.

Cito un párrafo, que evidencia que no es fácil sintetizar una conferencia:

“Krauze también dejó claro que Paz ‘siempre votó socialista’ y que le horrorizaba el American Way of Life. Que, “a diferencia de Mario Vargas Llosa”, era un liberal en las ideas sociales (libertades en ideas y políticas), pero que fue siempre un crítico contra el capitalismo salvaje. Pese a que los críticos de Paz enfatizan su cercanía con los Gobiernos priistas al final de sus días, que aplicaron en México feroces políticas económicas neoliberales, mancha su figura.” [sic]

En México el voto es secreto y además no importa. ¿Qué quiere decir Krauze con la frase “votó socialista”, acompañada de un siempre, como si setenta años hubiera habido un partido que representara la vía socialista. El Partido Comunista, en los años 30, 40, era clandestino, no estaba en las boletas electorales. Hubo varios partidos que estuvieron a la izquierda del Partido Acción Nacional (PAN).
¿”Siempre fue un crítico del capitalismo salvaje”? No. Simpatizó con los republicanos españoles, estuvo en España en un Congreso de Escritores Antifascistas, fue amigo de Pablo Neruda, con quien tuvo diferencias y nunca volvió a hablar. Escribió en Los Ángeles su ensayo El laberinto… cuando trabajó con el primer gobierno civil postrevolucionario, el de Miguel Alemán Valdés, donde es posible que haya estado del lado izquierdo del Presidente pero no tanto como la gente del Partido Comunista.
Aquí hay que intercalar el viaje a la Unión Soviética que hizo André Gide y que estudió a fondo en un libro Alberto Ruy Sánchez. Gide regresó horrorizado de la URSS y sonó la alarma: estaba muy mal lo que pasaba allá. Paz entonces se alejó más de la izquierda. Cuando Paz se cansó de escribir sobre la URSS, volteó la pluma para criticar el capitalismo.  
El acercamiento de Paz al PAN ocurrió con la ayuda de Enrique Krauze, que fungió como intermediario. No es verdad que “los críticos de Paz enfatizan su cercanía con los Gobiernos priistas al final de sus días”. Paz se acercó al PAN, aceptó su ayuda, pero no cortó sus relaciones con los gobernantes priístas.
Debido al incendio en el departamento-biblioteca de Paz, éste se trasladó a Coyoacán, a una casa que le facilitó un presidente priísta. La frase “donde vivía” es imprecisa, debe decirse “donde terminó su vida”. A él le gustaba vivir en un departamento en la calle Guadalquivir, casi esquina con Paseo de la Reforma, y debido al incendio tuvo que mudarse a Coyoacán, donde murió.
Krauze estuvo en medio de la ruptura de la amistad de Fuentes y Paz, al publicar en una revista de Estados Unidos una recensión crítica contra Fuentes y que publicó también en Vuelta. Fuentes no perdonó a Paz que permitiera tal cosa en una revista que debe haber considerado como su propia casa. El episodio importa para señalar que Fuentes, que tampoco fue de izquierda, estaba más cerca de este lado que Paz, que cada vez estaba más del lado de la derecha panista.
Finalmente, decir que Paz “buscó el debate con el otro de manera incansable, “y que murió buscándolo y se le ninguneó”, que “Paz era de derechas es una barbaridad” y que Paz “lo que quería era un diálogo con la izquierda, lo pidió siempre y se murió pidiéndolo”, son imprecisiones, lamentables en un historiador. Sí buscaba el debate, pero la mayoría de los que podían haberlo aceptado estaban del lado izquierdo, en cualquiera de sus puntos, más cerca o más lejos de Paz. Que eso era “ninguneo, puede ser, pero el propio Paz lo practicó en su revista, y seguro que Krauze lo hace actualmente en su revista, para mantenerla libre de impurezas. Es patético decir que Paz murió pidiendo un diálogo con la izquierda, que siempre lo pidió. Paz no buscó a Neruda. Neruda no buscó a Paz. No creo que Paz se haya enfermado por el fin de esa amistad y de ninguna otra que podamos recordar. A Paz le gustaba polemizar, discutió con Carlos Monsiváis en la revista Proceso. Jorge Aguilar Mora escribió un libro criticando ideas de Paz. Tarcisio Herrera Zapién criticó el estudio de Paz sobre Sor Juana. En fin, pudo haber temas más importantes que discutir que las opiniones políticas de Paz.

Y no es una barbaridad decir que Paz viajó de la izquierda de su juventud a la derecha de sus incesantes ataques a la revolución cubana, de su perdón a Luis Echeverría Álvarez, en su madurez, de su apoyo al panismo en su vejez.