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domingo, 22 de julio de 2012

ESPAÑA, CULTURA Y ECONOMÍA / JAIME VELÁZQUEZ


Tengo muy poco que decir de las maneras que usan los políticos españoles cuando discuten y el año pasado, al ver a don Rajoy dirigirse al presidente de Gobierno, Rodríguez Zapatero, recordaba una película sobre Dantón, en tiempos de la Revolución Francesa. Entonces Robespierre me pareció el mejor ejemplo de quien intriga sin dudar, de quien ejerce el mando seguro de que la eternidad le va a perdonar la vida. Pero Danton era apasionado y Robespierre, discreto. No pasé de allí, pensé que a don Rajoy debían mandarlo a un curso de buenas maneras, que un Presidente no debía permitir que le hablaran como lo hacía el líder de un partido opositor. Hasta allí, no traté de entender sobre qué discutían y quién tenía razón. Quizás los modos de don Rajoy eran los de un candidato en campaña. Luego fueron adelantadas las elecciones en España y ganó el partido de ese personaje que yo tenía por desagradable. Pensé en lo extraño que era que los modales de don Rajoy fueran merecedores del voto de los ciudadanos. Y llegó enero y me dije que la solución para mí era no poner atención a los segundos que duraran las noticias donde se hablara del nuevo presidente.
            Lo que siguió fue el temor de que hubiera cambios en el noticiero que yo veo, el de Televisión Española Internacional, que me permitía no disgustarme por la información transmitida en los canales mexicanos, de escaso profesionalismo. Pasaron los primeros meses sin modificaciones y luego volvió mi preocupación, la televisión pública de España tendría menos dinero, pensé que cortarían programas como el de Españoles en el Mundo, que debe ser caro producir, que dejarían de invertir en películas. Me parecía que lo importante era que no se redujera la calidad del noticiero, que yo podía ver a cualquier hora por Internet.
            Y llegó julio. Había visto las protestas en Grecia, las dificultades para tener un gobierno equilibrado, el dinero que se mandaba a aquel país, el riesgo de que dejara de estar en la Unión Europea. Y sí, llegó julio. Ahora los indignados de mayo de 2011 eran actrices y actores de teatro y cine, así como autores y directores de teatro y cine, pintores, editores, bueno, todo mundo había salido a protestar a la calle, que es cuando se nota el abismo que hay entre los gobernantes y los gobernados. Ayer (21 de julio) las imágenes de televisión mostraban a miles de personas con los brazos en alto, gente que de seguro tiene nombre y familia. En otros minutos, don Rajoy decía a los reporteros, que lo rodearon con micrófonos y grabadoras, que sus decisiones no las estaba eligiendo entre buenas y malas, sino entre malas y más malas. Entonces me pareció que era un griego (alguien muy distante y con problemas muy particulares) y un político con un lenguaje muy pobre.
            Recordé la derrota de Nicolás Sarkozy, las primeras decisiones de François Hollande, la nueva ubicación de doña Merkel, la misma pero ahora era notorio que no estaba rodeada de gente importante, conocedora y justa, sino del lado derecho de un lugar anacrónico, de gente sin nombre, que me recordaba el auditorio donde Danton (interpretado por Gérard Depardieu) trataba de hacerse oír y entender por los asistentes, todavía poco civilizados en estas prácticas, los fundadores de algo que hoy entendemos como una profesión.
Entre los estremecimientos que está padeciendo Europa pude ver el funcionamiento de una maquinaria que vale la pena modernizar y traer al presente. ¿Cómo se comunican los votantes con los gobernantes en situaciones de emergencia? No se trata del reclamo por un recibo de impuestos con algún error. Hay votantes en las calles (de seguro quienes no votaron por don Rajoy) cuyas reclamaciones son recogidas por reporteros y redactadas de manera que quepan en los espacios limitados de periódicos y noticieros. Y hay gobernantes que convierten las miles de voces en una sola: la inconformidad social o alguna frase parecida que se encuentre uno, y responden. Los gobernantes hablan mucho de sus decisiones pero sus palabras también son resumidas para que quepan junto a las de miles de ciudadanos.
            La cuestión viaja con toda simplicidad: subir o no subir impuestos. Y los cálculos más intrincados de los economistas quedan reducidos a la elección de dos palabras: lo malo y lo peor. Si de eso se trata, los que votaron por don Rajoy no dudarán en elegir el lado de “lo malo”, el líder no puede estar equivocado, y quizá no se pregunten cómo fue que desapareció “lo bueno” en la ecuación que se les propone.
            Los gobernantes, atrincherados en la crisis, dicen que la salvación puede llegar de Alemania, o de la banca europea, que puede disponer de más dinero para ayudar y luego quedarse para vigilar que le paguen.
            Creo que entre todos los protagonistas los economistas son los que deberían hablar, de sus palabras saldría la verdad: calcularon y no les hicieron caso o se equivocaron. Además, la política económica de Hollande está en alguno de los extremos “malo” y “más malo”.
            ¿Cuántos economistas elaboran los reportes que se le entregan a los gobernantes para que tomen decisiones que conviertan en declaraciones? Si la economía es una ciencia, ¿cómo es que se vuelve de derecha o de izquierda? Las miles de personas en las calles defienden lo que es una síntesis de la cuestión: No al alza de los impuestos y de paso puede ser que agreguen peticiones comprensibles. La calle queda muy lejos de Bélgica, de Alemania, de Grecia. Y no se diga lejos de Estados Unidos. Los economistas contratados por los gobernantes tienen disponibles todo tipo de datos, de países, de instituciones, de empresas, de bolsas donde se juega la fortuna, de arriba, de abajo. ¿Qué tiene disponible el ciudadano para comprobar su protesta? Nada. Notas de periódico, pocas opiniones de catedráticos e investigadores universitarios.
            Entonces hay una primera tarea que exigir a los gobernantes: la publicación de los reportes completos, la disponibilidad de la información que sustenta los reportes. Los gobernantes no tienen tiempo de hacer tareas de oficina, están para dar entrevistas, para dar discursos, para atender a invitados y posar para la fotografía, para viajar, incluso para ir al futbol, quizás tengan tiempo de desayunar con una sinopsis de las noticias importantes. Y de tarde en tarde firman papeles. No le pidamos peras al olmo. Una sociedad informada no protesta, a menos que no se la tome en cuenta. En la sociedad democrática hace falta que los gobernantes acepten su papel de administradores y que dejen de sentirse más de lo que son, coordinadores de voceros y voceros ellos mismos.
            Por lo pronto se puede hacer una comparación, así sea superficial (sin datos) Hollande contra Merkel, y para ello necesitamos conocer los verdaderos motivos detrás de los discursos. Inglaterra no ingresó a la Unión Europea, ¿fue una buena decisión?