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miércoles, 12 de marzo de 2014

GABRIEL FUSTER, CADA QUIEN SU CUENTO

Cuando me inicié en este oficio, hace un puñado de lunas nuevas, tuve el honor de compartir una lectura con Sergio Pitol. En esa noche de gala, escogí mis cincuenta mejores cuentos para hacer crepitar la velada a los grandes aplausos y apostar mi historia al público que asistía a escuchar al novelista. La respuesta fue la esperada, excepto por Juan Vicente Melo, quién regañó mi osadía, al final del recital. Introspectivo a la igualdad impar, Yo recordé la dura experiencia del actor mexicano Ricardo Montalbán, empezando a hacerse conocido más allá de su casa. En 1975, el actor firmó un contrato de grabación para un comercial de Chrysler Corporation, cuya división de coupés buscaba lanzar al mercado su primer auto de lujo personal, el modelo Chrysler Cordoba. Oportunidades como éstas estaban negadas a los artistas inmigrantes, especialmente latinos. Ricardo Montalbán, quién sabía lucir un esmoquin como pocos, sin parecer un pingüino prestado de otros males, tiene la postura presentadora del anuncio. El actor modifica sus límites y rodea el molde perfecto del Chryler Cordoba, exaltando la línea y los detalles de la carrocería, su motor V8, para pasar a mostrar las virtudes del revestimiento interior en “lujoso cuero corintio” con impecable inglés, la instrumentación completa del tablero, la palanca de cambios al piso y el tocacintas integrado. Al final, la grabación fue rechazada por los dueños de la empresa. En el afán de hipnotizar a la cámara con su encanto latino, éste distrajo la atención sobre el carro. No incurre en el mismo error dos veces. 

    Yo conocí a Úrsula Ramos en un espacio similar a éste.

“La gente que no lee libros no tiene ventaja alguna sobre la desgraciada persona que no sabe leer y escribir”. Úrsula Ramos dijo estas palabras hace más de veinte años en la nota preliminar a un taller de ortografía y redacción impartido en la ya mítica Casa Salvador Díaz Mirón. Ella quiso decir, la gente que no lee libros es un analfabeto funcional, pero ello no es impedimento para ser un escritor o presidente de la nación, desde que el camino a la ignorancia está pavimentado con portadas pagadas de lujo. O sea, Gutenberg fue un tipo mayúsculo anudando ejes a la imprenta, pero bajo ninguna circunstancia se debe olvidar el célebre dictum lusitano: En literatura, no hay nada escrito. Ahora, el furioso futuro de las bibliotecas es el libro electrónico, pero es algo que los expertos no alcanzan a explicar en totalidad. Por mi parte, he de confesar que encontré el árbol de Clavijero y comí de su fruto, mea pulpa, pero mirar cualquier nuevo programa informático como el libro electrónico es una tarea de cuidado, igual que comer sin digerir. Actualmente, La biblioteca de Babel El libro de arena parecen más ciertos y la avalancha de herramientas de la comunicación se equiparan a los modelos que soñó Borges a partir que lo hirió la ceguera, que no puedo evitar ver convertida mi computadora en un perfecto detector de mentiras, desde que la gente lee menos libros todavía y va pesando la costumbre de hacernos cada vez más flojos para comunicarnos. En fin, el libro electrónico no tiene ventaja alguna sobre la desgraciada suerte del tradicional libro, porque nadie discute que los libros también pueden ser usados como sombreros.  

    Yo sé del beisbol en Playón de Hornos y los bailes en Villa del Mar, antes de poner un pie adentro de la Biblioteca Municipal. Sin embargo, la correcta ortografía es aplicable más que nunca a la trascendencia de la labor editorial en el puerto de Veracruz, siendo un movimiento literario que existe en el silencio. No se menciona a Díaz Mirón por problemas legales, pero se discute mucho el plan de Bellas Artes y los espacios y los caracteres, puntos suspensivos, comas y signos de admiración en ojos ajenos, del patrimonio cultural disfrazado de razón oficial. Defensa inteligente, pero equivocada, del sector turismo. Ante la estética cíclica del Carnaval, en el ejemplo más autorizado para hacer una selección representativa, los artistas de frescos instintos vienen proponiendo que se levante una barrera contra el norte de sus admirables trabajos que el calendario festivo no necesita, una tapia de sus ignorados galardones en pergamino que atraviese y divida la plaza diminuta de La Campana y recupere el viejo Veracruz intramuros, gracias a una de esas pocas cosas que uno sabe hacer en la vida por bochornos enteros de reconocimiento dominical, sin mirar que el vigía público incurre, como el gobierno paralelo, en ese vicio lógico que se llama petición de principio: para ellos, el artista per se y a pesar de su palmaria creatividad conectada a la vanguardia, es polémico y anarquista. La discusión de los apoyos se hace desde la realidad que la rodea. Si la veracidad del Carnaval es un círculo vicioso, un movimiento literario consiste en cinco o seis personas que viven en el mismo lugar y se detestan cordialmente. Un costo estrambótico por metro cuadrado.

    Más allá del bien y el mal, prefiero ocuparme de mi intimidad con Úrsula Ramos y Juan Vicente Melo. Los guardianes de Ga’Hoole, porque creo en las ilusiones intelectuales de los videojuegos.

    Deben saber que la cosa más difícil de escribir es una recomendación para alguien que uno conoce. Úrsula Ramos y mi papá fueron vecinos en la infancia y supongo que ella vio el vivo retrato de la casa paterna en mí. Durante la primera clase, ella disipó mis dudas sobre los signos diacríticos que consumen mis largas y lentas frases. Así, la tilde diacrítica se utiliza para señalar un día muy difícil en tu vida. A la clase siguiente, me obsequió una copia de su libro “Impresiones al vuelo”. El título viene a ser una fecunda columna dominical que se instala en el suplemento dominical de El Dictamen. El libro cede su lugar a “Pinceladas”, su notable contribución a la poesía y el cuento. Treinta años más tarde, ambos libros vieron la luz de una compilación. “Impresiones al vuelo” es una manifestación clara de la constante preocupación de la autora por la correcta ortografía y el arte de la redacción. “Es un libro que yo viví en mis treinta años de servicio al Tecnológico de Veracruz. Todos los personajes que aparecen en el libro, bajo su verdadero nombre o un pseudónimo, fueron personas que compartieron mi trabajo allí con diferentes éxitos”. No es un libro de gran complicación formal, sino de trabajo minucioso y tesonero sobre la memoria cultural de esta ciudad. Pocas veces, alguien ha visto en la vida a una persona aferrarse a su memoria privilegiada.

Puedo citar las muchas oportunidades que he tenido de conversar con la maestra, quien delante del paso de los años, recuerda muchas cosas como si apenas hubieran sucedido hace pocos instantes. “Yo no sé nada de la inspiración. La he oído mencionar, pero nunca la he visto. Yo escribo para que me quieran”, repite ella. No, no hay razón para dudar de la carga acumulativa de aprecio en apoyo de su admirable vitalidad como periodista y promotora cultural, pero su propósito es menos ambicioso que eso. Úrsula Ramos aspira a ser una playa, si se quiere mirar con consigna de marinero. Úrsula Ramos no pretende defender una ideología o criticar una política a través de su escritura, sino que busca en las interacciones de sus anécdotas un acercamiento a las deudas morales que nos afectan en lo personal de nuestra experiencia. Ningún cronista de la ciudad soporta tanta precisión, tantas fechas, tantos nombres, tantos lugares. Con todo, las odiosas semejanzas encaran una fuerte corriente clásica en el arte de Úrsula Ramos, respondiendo desde Erina de Telos y sus epigramas certificados, que a veces, erróneamente, han tachado de prescindibles y accidentales. La génesis de esta actitud se encuentra en la experiencia vital de la autora, si acaso importa saberlo. Úrsula nunca renunció a la antigua caligrafía. Encuentra mejor acomodo. Su territorio interior, con las palabras escogidas más por el efecto de permanecer un larguísimo tiempo soñando que elevar su discurso apenas encima de la encantadora felicidad de la máquina de escribir, esa invención para todo aquella secretaria de oficina que no tiene tiempo para sentarse a registrar su creatividad. Punto. Yo la saludo con admiración, maestra.  

   Por otro lado, Juan Vicente Melo piensa y habla del acento dipsómano, para los versos que morirán de inmediato. Hombre armado de sintaxis, Juan Vicente me ve llegar a su departamento en compañía de dos amigos poetas. Al vernos, exclamaba:

    —Me gradué con honores en Medicina en 1956 y ese mismo año inicié mi carrera literaria, renunciando de lleno a la práctica de la obstetricia, por cuenta de los bebés que lloran mucho…

    —¿Qué bebés? —pregunto yo.

    —Yo, una copita de la botella de Rioja que oculto en la alacena. Tráela para servirnos todos. 

    El rato pasa. Vamos de un círculo de miradas al siguiente. Juan Vicente vuelve a reanudar la conversación.

    —Mi segunda novela, no me decido si titularla “El festín de la araña” o “La rueca de Onfalia”. A Tomás le agrada más el segundo…

    —¿Qué Tomás?

    —Yo, una copita de la botella de Oporto que oculto en mi recámara. Tráela para servirnos todos. 

    Al tiempo que anochece, la visita llega a su fin. Bastan trece pasos para encontrar la salida, pero Juan Vicente entretiene la despedida con sus comentarios sueltos.

    —Ustedes no están para saberlo, ni yo para contarlo, pero debido a la estrecha vigilancia de mis hermanas María Elena y Beatriz, he dejado la bebida.

    —¡Qué bien, muchas felicidades Juan Vicente! —le decimos.

    —Lo malo es que no sé dónde. Alguien vaya a buscarla en bien de todos….

    Mi yo sumido en la obediencia nocturna se encamina al baño para buscar la botella de californiano que Juan Vicente esconde en el interior de la tina.


    Juan Vicente se ha ido. Úrsula sigue viva y no tiene para cuando descansar de tantos honores que recibe. Yo estoy aquí, porque fui invitado para hablar de los libros que he publicado, sobre aquellas bibliotecas que han influido en mi oficio. Más, un autor que habla acerca de sus propios libros es casi tan entretenido como un padre que habla de las bondades de sus hijitos, mientras nos cruza el pensamiento que merece ser esterilizado. No incurro en el mismo error dos veces.

Texto leído por el autor en la Biblioteca Municipal de la Ciudad de Veracruz el martes 11 de marzo de 2014.