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domingo, 1 de febrero de 2015

POR UN PERIODISMO DINÁMICO

El reportero va a la fuente y toma el agua que encuentra. El jefe de información envía a otro reportero a la vuelta de la esquina para corroborar la llamada versión oficial con los testigos e involucrados. El jefe de redacción pondera y corta los textos recibidos. Algo quedará no dicho. El lector entonces se asoma a la sección editorial, donde las mil cosas del día quedan reducidas a una o dos, las que tienen apariencia de más importantes y que al día siguiente ya nadie recuerda.
En el Excélsior de Julio Scherer, en los años setenta, yo no leía la opinión del periódico (textos sin firma) sino las colaboraciones de escritores que, por estar allí, debía leer porque representaban una calidad literaria, como Jorge Ibargüengoitia, Salvador Elizondo y otros. Jorge escribía lo que vivía en la Ciudad de México. Elizondo escribía de Paul Valéry y de Monsieur Teste, como si el periódico fuera una revista de literatura. El que fui en esos años veía las noticias de México sin atención, excepto si era algo grande. Tomás Mojarro mostraba en Radio Universidad su colección de asuntos en los que los policías algo habían hecho mal —siempre— y era algo tan distante de mí como el señor Cabeza de Elizondo, lo contrario de oír la canción de moda una vez más.
Scherer fue defenestrado, Ibargüengoitia murió con otros escritores en un accidente y los años han pasado sin que haya un periodismo distinto, excepto porque hoy leo varios periódicos de otros países en la pantalla de una computadora. Lo diferente es que ahora hay más “reporteros”, las fuentes oficiales son marginales y cada persona escribe su propio editorial al compartir, al señalar me gusta en decenas de mensajes cuya brevedad y humor son irresistibles. El agua se derrama y la opinión pública brinca en los charcos que se forman.
No hay caos porque los canales de televisión y las estaciones de radio siguen las formas de hace medio siglo. Una excepción es Carmen Aristegui, quien e recuerda aquellos programas de Mojarro sobre chapuzas policiacas, hoy con abogados y empleados de gobierno incluidos.
Quizás sirva mencionar el caso de los fotógrafos de la fuente. Las personas no cambiamos de aspecto en un día —de peinado sí, las mujeres, y locutoras como Laura Barrera de Noticias 22—, así que con una sola foto al año podrían ahorrarse el transporte al gran acontecimiento del día. Lo diferente en las fotos son las personas que acompañan al gran personaje. En busca de escenarios y de gente que los salude, los gobernantes trabajan mientras caminan en “giras de trabajo” y no en una oficina, en constante campaña, como artistas incansables ante públicos ansiosos.
En busca de un nuevo periodismo convendría hacer evidente la poca atención que obtiene la fotografía de un político o gobernante en la primera plana de los periódicos en pocas esquinas de la ciudad.Sería benéfico para todos dejar de ver y oír noticieros en los que son presencia constante los políticos, los gobernantes o los accidentes.
Sería un buen trabajo buscar noticias donde no haya fuentes cegadas. El día de los reporteros y fotógrafos volvería a ser interesante, empezaría con la pregunta: ¿Qué hago, adónde voy? Y los Ibargüengoitia y los Elizondo tendrían trabajo, las páginas de colaboraciones aumentarían, sería más apreciado el trabajo intelectual que la oratoria frente a cámaras y micrófonos donde los medios no tendrían que coincidir en que esa es la nota del día.
La manera de evitar que periódicos y noticieros desaparezcan es ampliando la oferta de asuntos hasta hoy considerados buenos para las últimas páginas, como sucede en la revista Proceso fundada por Julio Scherer, que deja cultura, espectáculos, deporte y cartas de lectores al final de “lo importante”, que lleva foto en la portada, casi siempre un político o gobernante descubierto en falta.

No sé desde cuándo creemos que lo que hace un político y un gobernante es algo que debe interesarnos a todos y que sólo es noticia verdadera cuando nos afecta, por ejemplo cuando hay un nuevo impuesto, la reducción al presupuesto, es decir, algo que al día siguiente deja de tener importancia.