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jueves, 16 de enero de 2014

EFRAÍN HUERTA, CENTENARIO

El ruido que habrá este año por varios centenarios de nacimiento de escritores puede desviar nuestra atención de autores que son relevantes en la corriente de la literatura en español de la segunda mitad del siglo xx. Y hay libros que los lectores de hoy no recuerdan o no conocen. Proponemos la búsqueda, en bibliotecas o mercados de segunda mano, de libros que estuvieron al alcance de los lectores. Una primera edición vale hoy más que en el tiempo su publicación. Y sólo los coleccionistas saben su precio actual, sólo algunos lectores recuerdan lo que dijo Huerta en 1965. El dibujo de la portada es un autorretrato del poeta. 



Aquellas conferencias, aquellas charlas
Instituto Cultural Hispano Mexicano, 1965.
Prólogo de Mónica Mansour
Textos de Humanidades 35
Difusión cultural, UNAM, 1983, 113 págs.

Citas de Efraín Huerta en el prólogo de Mónica Mansour

“En México, el paisaje es ordenado, sereno, quieto, amplio, libre, y el hombre es todo lo contrario.”
“México es el caos más equilibrado que existe.”
“… el poeta es un héroe intelectual que anda partiendo y dividiendo el mundo en imágenes, desnudando su alma a los cuatro vientos de la censura y de la crítica…”
“Con toda la irresponsabilidad de que entonces comenzaba yo a ser capaz”
“Cuando hablo de ‘chismes’ (…) me refiero a las anécdotas divertidas e indignantes pero que nunca se acercan a ese límite [el de la morbosidad]: se quedan dentro del mundo literario”.
“La obra de creación, como el amor, es una cosa muy compleja. En esta lectura se ha escuchado más historia y más anécdota que crítica. Todo ha sido deliberado.”

Mónica Mansur comenta y glosa:
“Chismes tan sabrosos de pleitos, polémicas, amistades y enemistades”, que “nunca van solos”: “como si nada, de pasadita, están las fechas de publicación, de creación y funcionamiento de editoriales, de posibilidades y dificultades de aquel ‘medio literario’, y no tan de pasadita, también juntito a los chismes y a la erudición y exactitud de minucias, Efraín siempre toma partido”.
     Las charlas “casi dejaron de lado por completo a la poesía. Huerta, con ‘el espíritu de ropavejero que [lo] anima’, va recogiendo por las distintas calles de la ciudad, ‘las callejuelas, calles, avenidas, bulevares y anillos periféricos del infierno de nuestra admirable y riquísima literatura…’.”

La prologuista también adelanta que Efraín Huerta abarcó temas de la literatura en México entre los años 1928 y 1965, y que el poeta se quejó de ‘lo académico’ en la crítica literaria porque ‘distorsiona la imagen, trunca una realidad cercana; marca, señala, sella, encasilla’. De acuerdo y no -dice Mansour-. Porque después de todo, depende del color del cristal... Todos estos textos que aquí se presentan son de un color reluciente de erudición, precisión, exactitud y todo lo que se puede permitir la buena memoria respecto de ‘la formidable literatura de nuestro, a pesar de todo, amadísimo país; pero llevan una corbata en varias combinaciones del arcoiris: humor, amenidad, fluidez, justicia.”

Transcribimos un ejemplo, página 47, de lo que Huerta compartió con los asistentes al Instituto Cultural Hispano Mexicano:

“En tiempos estos de un ‘vanguardismo’ asesino del arte y conculcador incoherente de la belleza –literatura de paranoicos y erotómanos– florecen todavía rosas grávidas de color y de perfume.”
            Semejante cosa no la escribió Francisco Zendejas, ni don Francisco Monterde –tan respetable, este último–; ni fue escrita ayer u hoy en la mañana. La verdad es que fue escrita por don Pedro Gringoire hace por lo menos treinta años, cuando llegó a sus manos, desde España, el libro Horas de Burgos, del maestro Alfonso Reyes.


            Pero si la nota habla de paranoia y erotomanía, de ‘vanguardismo’, de asesinos del arte y de conculcadores de la belleza, ¿por qué no pudo haber sido escrita hoy en la mañana, ayer por la tarde o hace diez minutos? Siempre tendrán los poetas un cíclope enfrente, dispuesto a chillarles, a acuchillarlos, a pretender someterlos al orden –al orden establecido, naturalmente, no al orden prodigiosamente desordenado que busca el poeta.