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domingo, 12 de febrero de 2012

EL TANGO / MARÍA DEL PILAR CAMPOS VELÁZQUEZ

Nació en el barrio de la Huaca, del puerto de Veracruz, en los años cincuenta del siglo XX. Pocos recuerdan su nombre, se llama José Candelario Moreno. Sus amigos lo conocieron primero como Tango, porque cuando era muy pequeño se le escuchaba decir:
-Tango hambe, tango fillo, tango mello.
El vecindario donde pasó su vida es habitado por gente brava, pero también de gran calidez y bullangueros de corazón. A pesar de las limitaciones económicas, las familias se organizan para participar en el carnaval y otras fiestas.
Su madre, mujer soltera con dos hijos: Alegría y Tango, lavaba y planchaba ajeno para sobrevivir y aún en estas precarias condiciones económicas, se las arregló para que sus hijos también fueran participantes de los desfiles infantiles. Ella misma fue una de las fundadoras de Las Bastoneras del 14, grupo de mujeres nacidas en los últimos años del siglo XIX que gustaban del baile y participaban en las comparsas, en las festividades del Rey Momo.
El primer disfraz que su madre le compró a Tango fue de gaucho. No ganó ningún premio en el concurso de disfraces infantiles pero obtuvo su segundo sobrenombre: “El  Che”, mismo que llevaría durante toda su vida.
En la escuela, durante las clases, lo llamaban Moreno. Al salir de clases, todos los conocidos lo nombraban por su apodo, sin embargo, en algunas ocasiones, dos o más chicos se ponían de acuerdo para gritar: “José Candelario” y por otro sitio se oía: “Tres Patines”. Si descubría a quienes habían sido los autores de la ocurrencia salía a perseguirlos y si los alcanzaba se agarraba a trancazos, que para eso él también había salido muy bueno.
            Fue un brillante alumno, le gustaba el estudio, pudo llegar hasta el primer semestre de bachillerato. La fatalidad le obligó a abandonar la escuela porque su madre murió, víctima de la tuberculosis. Él tenía 17 años.
            Para subsistir, un vecino, socio del sindicato de cargadores, lo llevó a los muelles del puerto. El primer día le tocó formar parte de la cuadrilla dedicada a descargar las bodegas de un barco granelero, en donde tenía que sacar “a lomo” costales de cincuenta kilos. Fue una jornada espantosa. Cada vez que le ponían a la espalda un bulto, sentía el gran peso asfixiante, sus piernas trémulas apenas podían dar el paso, la deshidratación en cada viaje hacía estragos en su débil cuerpo y sólo pudo trabajar medio jornal.
            Llegó agotado al cuarto de la vecindad donde vivía, le dio a su hermana el producto de su esfuerzo, bebió mucha agua, se dejó caer en el catre y se quedó dormido hasta el anochecer. Cuando despertó, devoró un plato de frijoles de la olla, tacos de chiles en vinagre con queso y un pocillo de café negro que había preparado Alegría.
            -Fue muy duro, pero voy a continuar. Hoy aguanté poco, pero mañana me preparas agua de limón para llevarme.
-Espero resistas. Llegaste muy pálido y demacrado.
-A todo se acostumbra uno, menos a no comer.
Al terminar la semana ya habían descargado varios barcos, pero él solo podía trabajar medio turno. Uno de sus compañeros le ofreció un cigarro de marihuana para resistir el turno completo, pero El Che no lo aceptó. 
            Pasó cierto tiempo y un día atracó en los muelles un barco argentino. La tripulación de la nave se sorprendió cuando escucharon que al chamaco le decían Che. Un oficial se acercó para preguntar por qué le llamaban así. El Che le contó la historia del apodo. Desde el principio se notó la empatía entre ambos, al final de la charla el argentino le propuso enseñarle a bailar tango.
            -¡Che! Tenés que bailar tango. Traé a tu pareja.
            Durante la estancia del barco rio platense, después de la jornada, El Che se acompañaba de su hermana. Cuando la embarcación partió, ya habían aprendido los pasos básicos del tango. El oficial argentino había sembrado la semilla de la danza en el corazón del Che y ahora esperaba su regreso para continuar con las lecciones de baile, lo cual no sucedería sino después de varios meses.
            Cuando atracó en el puerto un navío cargado con sal, si bien ya estaba acostumbrado al trabajo pesado, esto definitivamente no lo pudo soportar, al final de la faena tenía la espalda ulcerada por la acción corrosiva de la sal en la piel. Cuando llegó a su casa le dijo a Alegría:
            -Es el último día que voy al muelle, no regresaré nunca ahí.
-Pues a ver a qué te dedicas, tienes que traer dinero, en esta casa el que no trabaja no come.
-Ya lo pensé, haré un cajón y me iré a bolear zapatos al zócalo.
            A la mañana siguiente hizo su cajón para guardar los utensilios de lustrado, compró el betún, cepillos, brochas y por la tarde se dirigió al zócalo en donde trató de bolear zapatos ¡Oh, decepción!, Los boleros del lugar no se lo permitieron. Entonces se fue a esperar la salida del turno de los obreros portuarios, ahí pudo recuperar su inversión y un poco más, llegó contento a su “casa”, le dio dinero a su hermana y salió un rato con sus amigos.
Al regresar a su cuarto no encontró a su hermana, se sentó, prendió el radio y sintonizó la XEU. Escuchó  los primeros acordes del tango “Caminito“, abandonó la silla en la que estaba, juntó los escasos muebles cerca de la estufa y en el centro de la habitación se detuvo con los pies juntos, sus brazos simulaban abrazar a su pareja, e inició el baile, uno, dos pasos adelante, y otros para atrás, su pierna derecha entrecruzó a la de su supuesta pareja, arrastrando suavemente el cuerpo de la bailarina, gira, desliza el pie izquierdo, hace nuevamente un giro, cruza por atrás la pierna derecha, siente el contacto del cuerpo de su imaginaria pareja en su tórax, la flexiona hacia atrás, todos los sentidos se alertan, se ahonda la sensualidad con la fantasmal proximidad física. Durante los breves minutos que dura el baile vivió un momento de ensueño.
            Al finalizar la melodía se escuchó una ovación. No se dio cuenta que un grupo de vecinos se había detenido a observar su danza. Muy pronto se corrió la voz ¡El Che sabe bailar tango! ¡Y lo hace muy bien!
Ese día descubrió el amor a la milonga, quien baila hambres, tristezas, ideas y alegrías, comprendió que el mundo del tango es diferente, en él se desnuda el alma y se flota en la libertad.
A partir de esa noche, se dedicó primero a lustrar zapatos en el día y a dar clases de tango en las noches. Con el tiempo sólo enseñó tango.

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