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viernes, 30 de diciembre de 2011

SOLIDEZ DE LOS SUEÑOS / JAIME VELÁZQUEZ

La palabra cambio es una de las más usadas en nuestra vida cotidiana: nos cambiamos de ropa, cambiamos de parecer y ahora cambiamos de año. Los políticos que quieren atraer nuestra atención ya, y más pasado mañana y los días siguientes, quisieran que esta palabra significara algo más, a su favor, y se desgastarán asegurando que representan un cambio pero los electores sólo percibiremos cambios de cara, de voz, de detalles en las rutinas públicas.
            Desear un cambio para el año 2012 puede ser considerado un gesto banal. No queremos cambiar nosotros y necesitamos un cambio, con urgencia. Es necesario hacer más y mejor. Yo he estado muy bien en el año 2011, a pesar de las puertas cerradas de la vida pública, de las obras de siempre, nada del otro mundo. Claro que quisiera estar mejor, como todos opinarán para sí mismos, y no puedo darme el lujo de cambiar si durante cuarenta años, o más -depende de los sucesos que uno incluya en el reporte de su devenir-, he estado completando la persona que soy.
            En las calles, en los procesos electorales, es urgente un cambio. Y en el campo, en las rutinas públicas, en el país. ¿Pensaron en un cambio las gentes que vivieron la guerra de independencia? Quizás sólo estaban preocupados por zafarse del gobierno español. ¿Y en la guerra de 1910? Lo que haya sido, sirvió para librarse del pantano de la inmovilidad de don Porfirio. Nadie quería cambiarse a sí mismo -Fernando de Fuentes lo representó en El compadre Mendoza-, lo que se necesitaba era cambiar la suerte, tener oportunidad de descubrir dónde estaba la escalera del éxito que muy pocos transitan.
            Los escritores y los artistas somos propietarios exclusivos y vitalicios de la imaginación. La renuncia que hemos hecho a favor de la publicidad es una atrocidad. Pensamos en comprar mercancías y no en tener sueños increíbles. Despertamos para ir de compras; caminamos como autómatas en los pasillos de las tiendas, en busca de algo que no está allí porque está en los espejismos, en los paisajes, en el mar, que no cuesta hasta que llega un vendedor de gorras, lentes oscuros, langostinos, cacahuates, cervezas. El ruido de los vendedores ahuyenta a las sirenas, los tritones, ninfas, dioses. ¿Por qué no hay venta de imágenes soñadas en las playas? Imágenes artísticas, literarias, musicales, esas que todos tenemos cuando el silencio lo permite.
            No son los automóviles, ni el carnaval, ni la semana santa, ni las vacaciones de verano lo que nos hace felices; es la vida diaria, cantar en la casa y en el trabajo. Y como no quiero cambiar, aunque cambien mil veces las modas y los políticos, tengo que anotar lo que imagino, plasmarlo en papel, otro lo harán en lienzos y partituras, en escenarios y platicando en las cafeterías, porque esas obras servirán a los que sí saben que esta fórmula es mejor que mucho de lo que han hecho los directores de lo aparente, de lo que fue inventado con ingenio (por los que saben de tecnología y energía atómica) y no con imaginación: hay que elegir entre un automóvil y el sueño de un automóvil. Luego, cualquiera de los dos, hay que convertirlos en arte.


                                                                                            30 de diciembre de 2011

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