Marina Gómez-Robledo, entrevistadora, y Luis
Sevillano, fotógrafo, dejan en El País
del 30 de mayo de 2014 a un personaje extraño y malencarado. Gómez-Robledo
lanza la primera pregunta: ¿Qué le faltaría a su libro [se refiere a Octavio Paz: El poeta y la
Revolución, de 186 páginas]
para que fuera una biografía integral? Y el entrevistado responde: “Todo el
Octavio Paz más íntimo, toda su vida personal”. Y se adelanta a otra pregunta:
“Toco su alma política, ideológica, de las pasiones revolucionarias, intelectuales
y literarias de Paz”, y remata: “La historia personal llegará, y quizá, alguna
vez escriba yo un libro sobre Octavio Paz íntimo”.
Y el lector, en este caso yo, abre
más los ojos, relee, sí, eso dijo. El famoso abogado y diplomático, poeta y ensayista
Octavio Paz ha sido cortado en dos. Nos enteramos que tuvo un “alma”, que fue
“política” e “ideológica”, que tuvo pasiones “revolucionarias”, “intelectuales”
y “literarias”, pero la “vida personal”, “íntima”, queda para después. No es
extraño, porque es más fácil tratar con libros, con los escritos de un autor,
que salir a la calle a preguntar a los sobrevivientes sus opiniones, a buscar
en las hemerotecas algo que pueda ser rescatado para elaborar una imagen de
cuerpo entero: una respuesta política no la hace un político, sino un humano
que se deja llevar o no por algo que se llama historia personal. Y hace falta
reiterar que el “alma” de las personas funciona en lo público y lo privado,
pues uno es lo que es debido a una unidad que no es tan sencillo partir en dos.
Y claro que hay que rechazar el anacronismo de dotar de alma a los seres
humanos, cuando es cerebro, memoria, cabeza lo que nos hace humanos.
El analista de medio Paz recurre sin
embargo a datos biográficos: “Ese es el río subterráneo que Octavio escuchaba,
el río de la violencia, que había desgarrado la vida de su padre y había
marcado la vida del abuelo. El mundo violento de 1914 donde él nació, ese mundo
que temía”. Y más: “Tengo la impresión que eso tenía que ver con los más
tempranos recuerdos de acompañar a su madre a la
Iglesia”. El otro medio Paz, que deja el analista para otro ensayo, igual que
el estudiado, nació un año después de la muerte de Francisco I. Madero, tenía
cinco años cuando murió Emiliano Zapata, tenía seis años cuando murieron
Francisco Villa y Venustiano Carranza.
El abuelo Ireneo Paz nació en 1836 y
murió en 1924, es decir, tenía 78 años cuando nació su hoy famoso nieto. El
papá Octavio Paz Solórzano nació en 1883 y murió en 1935, tenía 21 años cuando
nació su hoy famosísimo hijo. De la mamá, Josefina Lozano, hay pocos datos.
El padre fue comisionado en Estados
Unidos (1916) por Zapata, donde abrió una oficina editorial. Regresó a México
en 1920. Sería interesante saber cómo fueron los primeros diez años de vida de
Paz, con una estadía en Los Ángeles de ¿cuatro años? Aporto la fecha de
nacimiento de mi padre, 1909. Vivió en la ciudad de México, en calles del
centro. Él y su hermana recordaban algo de lo que habían oído en boca de sus
padres —no andaban solos en las calles—, pero nada que imprimiera durables
impresiones entre mis hermanas, nacidas en tiempos de la segunda guerra
mundial. Y el pueblo de Mixcoac, donde vivió la familia Paz, no estaba nada
cerca (una ayuda: Santa, de Federico Gamboa, para el caso del pueblo de San
Ángel, el que sigue de Mixcoac).
Por tratarse de algo “subterráneo”,
el ensayista de marras lo deja pasar cuando es algo primordial, así como otros
datos familiares en la formación de Paz. De otra manera, cómo puede sostenerse
la afirmación de un miedo especial en Paz debido a “un mundo violento de 1914”.
En Estados Unidos debe haber habido una gran preocupación por la Primera Guerra
Mundial, que empezó en 1918. ¿Qué pasaba con el niño Paz allí, adónde regreso
para escribir su laberinto de soledad? No, si no es fácil saber qué da forma a
la manera de ser de las personas. Pero con esfuerzo podría hacerse un mapa.
Marina Gómez-Robledo sigue la entrevista y pregunta sobre
la izquierda en México. Ni tardo ni perezoso, el analista responde que a Paz “le
habría gustado tener un diálogo con la izquierda, pero para bailar un tango se
necesitan dos. Nunca hubo alguien que quisiera debatir con él, en este tango
nadie quiso bailar con él”. Agregará que “ni un solo crítico estuvo a la altura
del personaje. Sí puedo mencionar, por ejemplo, una obra de Jorge Aguilar Mora
que criticaba la propensión a poetizar la realidad y la historia de Octavio,
creo que eso es válido”. Yo también estoy de acuerdo con Aguilar Mora.
Un escritor que transitó de la
izquierda a la derecha, y que siempre intervenía en los debates, quizás porque
se daba cuenta que otros generadores de opinión de la época no tenían la altura
intelectual, y prestigio cultural, que se requería ante casos perdidos (el 68
por ejemplo), “entonces lo único que hicieron fue que, cada vez que los
invitaba al baile de los debates, lo insultaban, lo escupían, lo calumniaban,
le decían reaccionario fascista, derechista”. Que, dicho de otra manera, no le
aceptaban el baile, ni a él ni a otros.
Hay que recordar que los movimientos sociales no
cortan fino: frente al periódico Excélsior la muchedumbre gritaba en 1968
“prensa vendida”. No creo que nadie tuviera pruebas de que lo fuera, o puede
ser que sí, por sus tratamientos de las noticias del día, y quizás allí, adentro
del edificio, había gente que sí lo era, o que no lo era. Ante la duda, lo que
sigue haciendo falta es gente con honestidad profesional, pues de otra manera
seguiremos enterándonos a medias de la realidad, incluso en el caso de
personajes tan importantes que llevan más de quince años de haber muerto.
En cuanto a la foto de Luis
Sevillano, que aclara se tomó después de la entrevista, se ve un gesto de
desagrado del entrevistado, como si ya estuviera reflexionando en que el
resultado final sería una mala entrevista, débil, confusa.
SEGUNDA PARTE, EN ENTRADA DEL 6 DE JUNIO 2014
SEGUNDA PARTE, EN ENTRADA DEL 6 DE JUNIO 2014
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