"Gusmán parece decirnos que a cada rato ha tropezado
con la inefabilidad, con aquello que no es materia propia de la vida cotidiana
sino que aparenta expresarse en sus márgenes.
“Hablaba con una voz dulce como siempre imaginé la voz de Lezama. Era
quien servía la comida. Describía los manjares de manera lezamezca. Cada
plato era un festín barroco”.
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