EL HONOR DE PERTENECER A LAS GLORIAS LITERARIAS DE HISPANOAMÉRICA
El cortejo fúnebre que todo marino desearía para sí mismo.
Por Eduardo García Guerrero
En aquel lejano
año de 1893, la sede de la Escuela Náutica de Mazatlán era el cañonero México,
el cual había sido amarrado como pontón en el Estero del Astillero, a fin
de poder cumplir con esa noble tarea pedagógica. Durante una visita visita al barco,
desempeñando su labor de reportero para el prestigioso diario mazatleco “El
Correo de la Tarde”, el poeta nayarita Amado Nervo quedó impresionado con el
cambio de actividad de la antigua nave de guerra, la cual estaba ahora abocada
a su pacífica labor educativa.
Esto escribía
el poeta en su artículo, al otro día de su visita:
….Un buque
que fue de guerra, pero que ahora es de paz, y en cuyo recinto no se escucha ya
el clarín que ordena zafarrancho de combate. En cambio, la voz del maestro repercute
sonora y, en el lugar en que antes mostraba su boca amenazante un cañón de
acero, ahora se levanta erguido, sobre tripie de palo, el pizarrón donde los
estudiantes de matemáticas, escriben fórmulas algebraicas…
Qué lejos
estaba de imaginar el poeta, en aquellos días de su gozosa estancia en tierras
mazatlecas, que su travesía final sería en una nave similar, en el tornaviaje
de repatriación de sus restos mortales, en el cual sería objeto de innumerables
honores. En ese
entonces, aún le quedaban muchas aguas por navegar.
En Mazatlán
estuvo escasos dos años, pero la convivencia con sus habitantes y el ambiente
festivo del puerto, le marcaron el espíritu para bien y afinaron su vena
poética. Cuenta don
Genaro Estrada:
Cuando
Amado Nervo salió de Mazatlán, ya todo el espíritu del poeta esencial y
antonomásico había cuajado en él, con planos y perfiles de tan acusada
personalidad que lo único que hacía falta era echar a andar -a volar- aquella
finísima susceptibilidad a la poesía, que era la poesía misma en pie, entre
apenas la leve materia que aprisionaba un
temperamento todo puesto al servicio del arte.
Al
culminar esa significativa estancia en Mazatlán y, tras una breve escala en la
bella Tepic, su tierra natal, para visitar a su familia, Amado se radicó en
Ciudad de México, donde colaboró en numerosas publicaciones y se relacionó con
escritores y poetas del país y del resto de Latinoamérica. Es en estos años
cuando su hermano Luis, quien también era poeta, se suicida. Este hecho le
afecta grandemente y le imprime a su poesía un toque de tristeza. En 1900 viajó
a París como corresponsal del periódico El Imparcial, para atender la
Exposición Universal. En esta época afianza una relación amistosa -casi filial-
con el poeta nicaragüense Rubén Darío. También su vida sentimental sufre un
cambio sustancial, al conocer a la que se convertiría en el gran amor de su
vida; la francesa Ana Cecilia Luisa Dailliez.
Después
de pasar algunos años en México, sorteando las vicisitudes de las revueltas
revolucionarias, por fin, en 1918, con Venustiano Carranza en el poder, Amado
Nervo es nombrado ministro plenipotenciario en Argentina y Uruguay. Sin
embargo, el destino se encargaría de no dejarlo disfrutar por mucho tiempo las
mieles de este nuevo cargo diplomático.
Su
llegada a la región del Río de la Plata es precedida por su prestigio y marcada
por una serie de actos en su honor, otorgados más por su calidad de
representante de la intelectualidad mexicana que por su investidura oficial.
Sobre
su muerte, al poco tiempo de su llegada a Uruguay, existen muchas versiones. Lo
cierto es que, tras el asesinato de Venustiano Carranza en Tlaxcalantongo, el
gobierno de México volvió a quedar al garete y los diplomáticos mexicanos
diseminados por el mundo, fueron dejados a la buena de Dios. La burocracia, ya
de por sí indolente, se debatía en el caos de una nueva revuelta militar y, a
duras penas podían ver por ellos mismos. Nervo se quedó sin recursos, a miles
de millas náuticas de su patria.
La
causa oficial de su muerte fue por uremia y ocurrió el 24 de mayo de 1919. Apenas
tenía 48 años de edad.
Su
deceso conmocionó a toda América Latina y los homenajes a su memoria no se
hicieron esperar. El gobierno uruguayo le organizó funerales de ministro de
estado y se dispuso que sus restos fueran depositados en el Panteón Nacional,
mientras se hacían los arreglos para conducirlo a México, donde sería su
descanso final.
Su
féretro estuvo expuesto durante dos días en la Sala de Actos de la Universidad
de Uruguay. Hasta ese lugar desfilaron cientos -si no es que miles- de
personas, que llenaron de flores el lugar donde reposaba el poeta, cuyo ataúd
estaba cubierto por las banderas de México y Uruguay.
A
las tres de la tarde del día 26 de mayo, el féretro descendió las escalinatas
de la Universidad, en hombros de los profesores universitarios. Al pie lo
esperaba el ministro de instrucción pública, quien pronunció, a nombre del
gobierno de Uruguay, una oración fúnebre donde exaltaba las virtudes y el genio
de Amado Nervo.
En
el trayecto de la Universidad a la necrópolis de Montevideo, la gente arrojaba
flores desde los balcones, al paso del cortejo.
En
el cementerio, en una ceremonia presidida por el presidente de Uruguay en
persona, Baltasar Brum, tuvieron lugar numerosas oraciones fúnebres oficiales,
de parte de ministros de Uruguay, Argentina, Brasil e Italia. La alocución más
sentida, sin embargo, fue la del poeta Juan Zorrilla de San Martín, quien
enalteció la obra del poeta mexicano.
El
cadáver quedó depositado en la cripta donde se encuentran los restos de José
Artigas y demás prohombres de Uruguay.
No
fue sino hasta fines de octubre cuando quedaron terminados los arreglos para el
traslado del cuerpo al que sería su postrero lugar de descanso. El ataúd, con
los restos del poeta, fue embarcado a bordo del crucero Uruguay.
La
República de Argentina envió al crucero Nueve de julio, para que formara
parte del cortejo fúnebre y, en el transcurso de su navegación lo acompañaron,
en algunos segmentos del viaje, buques brasileños y venezolanos. El presidente
de Cuba, Mario García Menocal, solicitó que el cortejo entrara a La Habana,
para rendirle un homenaje al bardo mexicano. Una vez atracado el Uruguay en
los muelles de la capital de la mayor de las Antillas, se llevó a cabo una
ceremonia luctuosa en la que varios oradores elogiaron la memoria de Amado
Nervo y numerosas damas colocaron guirnaldas de flores sobre su ataúd.
El
presidente Menocal había dispuesto que el crucero Cuba se uniera al
cortejo fúnebre naval, en el último tramo del viaje de repatriación de los restos.
A la comitiva se unió también el buque escuela Zaragoza, enviado por el
gobierno mexicano a La Habana, para escoltar a tan ilustres emisarios.
La comitiva
naval zarpó de La Habana el 9 de noviembre. Abría el convoy el Uruguay que
era el encargado de la honrosa tarea de transportar los restos de Amado Nervo,
lo seguían el argentino Nueve de julio, después el Cuba y,
cerrando el cortejo, el Zaragoza.
El convoy llegó frente a
Veracruz el 10 de noviembre a las tres de la tarde. El espectáculo que entonces
contemplaron los veracruzanos fue grandioso; al ver avanzar con tanta
majestuosidad las cuatro naves, formando un cortejo digno de un rey o un
emperador. Cada nave que entraba a puerto disparaba una salva de 21 cañonazos,
mismos que eran contestados por las baterías del fuerte de San Juan de Ulúa.
Buque escuela Zaragoza
Ese día, debido al mal
tiempo no se pudo hacer el traslado de los restos a tierra.
Al día
siguiente, 11 de noviembre, a las diez de la mañana y en presencia del
licenciado Salvador Diego Fernández, representante del gobierno mexicano para
recibir los restos, y con la presencia de las oficialidades de los cuatro
barcos, el capitán del Uruguay hizo entrega formal de los despojos
mortales. El acto fue sumamente conmovedor; el féretro se encontraba colocado
en el alcázar de popa, custodiado por oficiales de los cuatro barcos, en su
uniforme de gala, mismos que constituían la guardia de honor. El capitán del Uruguay,
tras dirigir un sentido mensaje, donde testimonió el inmenso respeto y
cariño de todos los pueblos de Latinoamérica por el poeta y el gran pesar por
su repentina muerte, terminó su discurso con estas palabras:
…Ahí lo
tenéis, os entrego lo único que se puede entregar del poeta muerto: sus restos
mortales. En cuanto al Amado Nervo inmortal, no puedo entregároslo, porque
también nos pertenece; porque pertenece a las glorias literarias de
Hispanoamérica.
Sus restos permanecieron
un día más en Veracruz, donde fueron velados en una capilla ardiente instalada
en el Teatro Principal. Esa misma noche se efectuó una velada literaria en su
honor. Todo mundo recordaba sus escritos y, sobre todo, su historia, a despecho
de las predicciones negativas del mismo Nervo, quien había escrito años atrás:
¿Versos autobiográficos? Ahí están mis
canciones, allí están mis poemas: yo, como las naciones venturosas, y a ejemplo
de la mujer honrada, no tengo historia: nunca me ha sucedido nada, ¡oh, noble
amiga ignota!, qué pudiera contarte. Allá en mis años mozos adiviné del Arte la
armonía y el ritmo, caros al musageta, y, pudiendo ser rico, preferí ser poeta.
-¿Y después? -He sufrido, como todos, y he amado. ¿Mucho? -Lo suficiente para
ser perdonado…
(Te confieso, estimado
lector, que cuando leí este verso, yo tampoco sabía lo que era un musageta. Según
el diccionario es el que conduce a las musas o que tiene trato con ellas.)
Al día siguiente, el
féretro fue embarcado en un tren especial a la Ciudad de México. Durante todo
el trayecto fue objeto de manifestaciones populares de duelo; la mayor de ellas, a su llegada a la capital, donde fue sepultado con todos los honores en la
Rotonda de los Hombres Ilustres, antes de que ésta se llamara la Rotonda de las
Personas Ilustres.
Por fin, después de casi
seis meses de haber fallecido, el poeta descansaba en su patria, esa patria a
la que tanto amó, a pesar de tantas desilusiones y desencantos, a pesar de
tanto luchar por hacer de ella una mejor nación. En este caso, sus
predicciones, cuando escribió el poema Mi México, se cumplieron:
Nací de una raza triste,
de un país sin unidad,
ni ideal ni patriotismo;
ni optimismo
es tan sólo voluntad;
obstinación en querer,
con todos mis anhelares,
un México que ha de
ser,
a pesar de los pesares,
…y que yo ya no he de ver.