El número de enero de la revista Nexos incluye tres artículos, de Roberto Pliego, Alejandro de la Garza y Noé Cárdenas, sobre narrativa mexicana escritas por jóvenes nacidos en los años setenta. Pliego menciona de entrada a 30 escritores; De la Garza, 17, cuatro no considerados por Pliego, y Cárdenas, 5, una que no anotó Pliego. Cárdenas fue tajante: “en 2011 aparecieron libros, infinidad de ellos, que no leí y no me gustaron, pero hubo otros, unos pocos, que sí leí y sí me gustaron o al menos me parecieron destacables por alguna razón”. En esta afirmación hay un error: ¿si no los leyó cómo fue que no le gustaron? Quizás quiso decir que no los leyó porque no le parecieron atractivos, ¿por la portada, al leer el texto de la contraportada o la solapa?
Lo que destaca en los tres textos es la prisa, o la limitación de espacio dentro de la revista, pues faltan datos que serían de mucha utilidad para los lectores: lugar y año de nacimiento de cada autor, editor o editores, por lo menos de los principales títulos, etc.
Queda sin agarradera el tema de si son o no parte de una generación planteado allí, sin referencias precisas, hemerográficas o bibliográficas, excepto por un libro citado, La fábrica del lenguaje, S.A., de Pablo Raphael. El uso que le dio a la herramienta “generación” Ortega no es la misma que hoy. Generación es una palabra sencilla que sirve para acomodar a las personas, menos importante que los asientos en clase turista o primera clase en ciertos transportes y sí muy útil. Una persona nacida en 1970 cumplió el año pasado 41 años; alguien de 1979, tiene hoy 32 años. Cuando niños, no habrían jugado juntos, en caso de vivir en el mismo barrio, porque uno tendría nueve años cuando el otro estaba naciendo. Es importante porque en algunas fechas sí incluidas parece que empezaron a publicar después de los 30 años de edad.
El periodismo cultural, como el periodismo en general, vive en una pista de carreras, perseguido por demonios.
Claro que hay pasajes en estos artículos que servirán en posteriores estudios y ensayos, como la amabilidad que tuvo Alejandro de la Garza al referirse a los nacidos antes, en las décadas de los cincuenta y de los sesenta. Y al intento de contar a los nacidos en los setenta. Para De la Garza hay “poco más de cincuenta escritores nacidos a partir de 1970”, aunque Pliego cuenta “alrededor de cien individuos”, “siendo mezquino en el conteo”, “que crean, publican, asisten a encuentros literarios, conceden entrevistas, firman ejemplares, participan en mesas redondas”, y que “son mexicanos, son preferentemente del norte y del centro del país y parecen anunciar el arribo de imitadores y seguidores que amenazan multiplicarse como gremlins”. De la Garza agrega algo al retrato:
“La revisión de una nómina de poco más de cincuenta escritores nacidos a partir de 1970 muestra que casi todos han estado becados al menos una vez, otra parte gruesa ha tenido dos becas y una decena ha contado con hasta tres becas combinadas de instituciones estatales y privadas del país, más alguna extranjera. Las excepciones se cuentan con los dedos de una mano. La red de protección institucional tejida por el Estado desde hace poco más de veinte años —el Fondo Nacional para la Cultura y las Artes, el Sistema Nacional de Creadores, las becas estatales, el programa Tierra Adentro, la Fundación para las Letras Mexicanas, los programas fronterizos, el Centro Mexicano de Escritores—, constituye una amplia estructura de soporte alentadora del oficio de ‘escritor profesional’ (como se asumen los integrantes de esta camada setentera), y acaso luce más eficiente contrastada con las estructuras para la formación de lectores”.
Por cierto, Martha Domínguez Cuevas publicó el libro Los becarios del Centro Mexicano de Escritores (1952-1997) en 1999 (Editorial Aldus y Editorial Cabos Sueltos). En la presentación, Alí Chumacero escribió:
“…el texto presente reúne datos acerca de la totalidad de los becarios –más de 200– (…) Esta cosecha, debida a la acuciosa diligencia de Martha Domínguez Cuevas (…), secretaria del Centro durante más de cuarenta años, seleccionó el material…)”
Y cuarenta años más 12 (al 2011), suman cincuenta y dos, y eso es más que los “poco más de veinte años” que tomó en cuenta De la Garza para incluir a este Centro en “la red de protección institucional tejida por el Estado”, que dice, y que funcionaba con dinero de una ciudadana de Estados Unidos, Margaret Shedd, y, por lo menos en 1983 agradecía, en uno de los boletines que publicaba, “por la generosa ayuda”, a Seguros América Banamex, Sra. Elizabeth C. de Cou de Beteta, a la Universidad Nacional Autónoma de México, a Fomento Cultural Banamex y al Departamento del Distrito Federal.
Total, casi un caos.