Comentario al prólogo de Roger Bartra al libro
Mexicanidad y esquizofrenia. Los dos rostros del mexiJano,
de Agustín Basave. México, Océano, 2011 (edición corregida y aumentada, 1ª. ed. 2010)
Cuando la “realidad” es volcada en palabras, algo se pierde, como en Rashomon (Akira Kurosawa, 1950). Unos escritores se acercan al ataúd y no terminan de abrirlo; otros, ni siquiera están cerca del panteón. Roger Bartra tiene bien puestas las manos en el ataúd y está a punto de abrirlo cuando la combinación de la cerradura se atora.
Bartra coloca dos lados para explicarse qué pasa en México, las instituciones, en uno, y … ¿Qué hay frente a las instituciones? Al parecer, lo que está allí es la realidad, algo inmenso que los estudiosos tratan de explicar por partes. Hay un “abismo entre la ley y la vida real”, escribe Bartra y asegura que Agustín Basave lo dice bien en su libro.
“… no hay mucho que nos permita confiar en que las élites políticas sufran un insólito ataque de racionalidad (…) Lo más racional sería, desgraciadamente, hacer unos pocos remiendos irracionales…”
Como no puede darse por satisfecho con esa opción, Bartra avanza otro poco:
“Podemos apostar por la cultura: la sedimentación de opciones cívicas en la sociedad va produciendo una costra civilizatoria que se acaba convirtiendo en la base sólida para una racionalidad política de nuevo tipo.”
Pero se detiene, desalentado, y prefiere rodear el obstáculo:
“Estoy convencido de que es mucho más interesante estudiar el ceremonial que rodea la conciencia nacional que a la propia deidad que recibe el culto de sus fieles.”
Esto es cierto, para los estudiosos, no para la sociedad. La deidad ha sido vista varias veces y ha dejado de ser un misterio, incluso se le han puesto límites, que no son suficientes. Pongo un ejemplo. A Adolfo López Mateos le apodaban “López Paseos”. Eran otros tiempos, dirán, pero esta es una frase vigente. Algunos legisladores trataron de evitar los viajes de Felipe Calderón Hinojosa hace cinco años y le pidieron que cumpliera trámites. Poco después, ha ido y venido por todo el mundo y quizás sea el Presidente que más ha salido de México. ¿Y las giras dentro del país? Los presidentes de México parece que trabajan en constante campaña electoral al recorrer el país. Quizás la verdadera oficina presidencial esté en el avión que los transporta.
¿Y el Palacio Nacional? ¿Cómo fue cambiando el ir a diario a la oficina en Palacio para quedarse en Los Pinos? Quizás fue Luis Echeverría Álvarez el que empezó a abandonar el Palacio debido a sus inacabables reuniones, con reporteros que debían esperar la noticia en la madrugada, para hablar y que los jefes de redacción de los periódicos pudieran cerrar la primera plana.
¿Hay un reglamento que diga si está bien o no despachar en Los Pinos, hacer declaraciones desde un país extranjero, después de una reunión internacional? ¿A alguien se le ha ocurrido que un Presidente no tiene por qué hablar en público todos los días y ser noticia todos los días?
Sí, puede ser más interesante el ceremonial que la deidad, por mucho que se mueva. Pero llegamos a esta conclusión por un atajo. Bartra escribe:
“¿Qué puede garantizar que nuevas normas implantadas por mentes políticas inesperadamente iluminadas sean coherentes con la realidad que estamos viviendo?”
En pasajes como el anterior encontramos la renuncia del estudioso a ver el futuro. Bartra se desalienta:
“… la civilidad es un proceso largo y lento”; “no se sabe muy bien cómo opera el proceso ni cómo puede acelerarse”; “¿cómo se puede lograr?”; “no se sabe muy bien cómo lograrlo”. (Estas frases están en una sola página.)
Pongo dos ejemplos muy distintos: España después de la muerte de Franco, Egipto hace unos meses. Entre las instituciones, la norma y la vida real, no hay un abismo, tampoco hay un gran acontecimiento para volverlo una ceremonia más, como el 68 (“el proceso se inició claramente en 1968”, Bartra), ni el 71, que cerró ese proceso por varios años, ni Carlos Fuentes apostando por Luis Echevarría Alvarez en la revista Plural, de Julio Sherer y Octavio Paz.
Lo que hay son dos México, el mexiJano, o más: el pobre (la mayoría) y el rico (la minoría); el sector público (parlanchín en otros sexenios) y el privado (hermético); los empresarios mexicanos y los extranjeros; los mexicanos buenos y los narcos, los consumidores de Estados Unidos, etc.
Nuestra esquizofrenia (veremos qué escribió Basave) no tiene enfrente una deidad monstruosa que asuste, se trata más bien de un abandono de la ética, del sentido de responsabilidad, de civilidad, de educación (¿apellidos de los iniciadores del México válido del siglo XX?: Obregón, Vasconcelos, Calles).
Lo que nos ha ocurrido en México es que no podemos lograr una conciencia si recibimos todos los días el mazazo de la televisión abierta limitada, y muchos etcéteras.