Dos comentarios al artículo de Vicente Verdú en la
sección Corrientes y desahogos, publicados en El País el 10 de enero, con el título “El nacimiento de otra
cultura”.
Ir a
Excelentes palabras, todo sea
dicho. Y al leer lo de Dalí, correctamente caracterizado como el carcamán
cultural que es, pero que impresiona a los recién llegados (hace 15 minutos) a
la cultura, no se puede sino recordar al equivalente mexicano de Dalí: Octavio
Paz. Un auténtico esperpento que la derecha intelectual mexicana insiste en
vender como genio multiusos. Tenemos frente a nosotros, este año, una dosis de
incienso que provocará desmayos también en España. A fines de enero aterriza
allá Juan Villoro en Madrid para ser el primero en cantar las alabanzas al
genio inmortal, hermano espiritual de Dalí... Todavía están a tiempo de
desalojar la ciudad o comprar máscaras antigás.
Si la cultura es ese conjunto de
saberes y prácticas de los grupos humanos entonces no sólo se refiere a lo
heredado. La cultura es dinámica, es la producción humana en la que se vive.
Pretender que ‘cultura’ son únicamente aquellos productos que tuvieron éxito en
un pasado es como estar muertos. Decía Ramón J. Sender que la cursilería era
ponerle intención de espontáneo a lo repetido y gastado. Se dice que el arte no
tiene edad, pero no es cierto. La obra sí tiene edad y se hace mayor. Lo
atemporal es el mensaje que contiene y los mensajes dejan de tener pertinencia
ante realidades nuevas. Así que pretenderle novedad a mensajes que
reivindicaban ruptura con lo establecido el siglo pasado peca de cursi. El arte
es la avanzadilla de conceptos nuevos y Dalí fue un precursor, pero insistir en
reivindicarle es atontar la visión del presente. Habría que preguntarse qué
obras crearían ahora Dalí, Picasso, Duchamp o Pollock para ofrecernos esa
experiencia de apertura a una nueva comprensión de la realidad que nos acecha.