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lunes, 5 de enero de 2015

LA ESPOSA DE ALFONSO REYES

En julio pasado, Sandra Frid presentó una novela, Reina de Reyes, publicada por Planeta, en la que presenta datos de la biografía de Alfonso Reyes y la vida que pasó con su esposa, Manuela Mota, un trabajo que le llevó cuatro años. Hace unos días se cumplió un aniversario más de la muerte del más importante escritor del siglo xx en México: 27 de diciembre de 1959. Cada vez hay más personas interesadas en la vida privada de los escritores, un hueco que se irá cubriendo en la exigua historia escrita de la literatura mexicana. Un ejemplo a tener en cuenta es el libro de la viuda de José Juan Tablada, Nina Cabrera, que dedicó parte de su tiempo a poner por escrito sus recuerdos del poeta, escritor y cronista.
En notas y entrevistas de julio pasado que están en Internet, incompletas y con errores, una actitud alentada por Frid es la de llamar “secretos” a esas anécdotas por ella “descubiertas”, como le ocurrió a los que “descubrieron” América, que siempre ha estado allí. Lo que hizo Frid fue buscar en los archivos y en los libros Reyes y encontrar una veta: Reyes tuvo una novia, Manuela, cuando eran estudiantes adolescentes y tuvieron un hijo. Cuando el padre de Reyes murió en los sucesos conocidos como la Decena Trágica, en México, Alfonso obtuvo del general Victoriano Huerta, golpista, usurpador, un trabajo en la embajada en Francia. Al caer Huerta, Reyes se trasladó a España, con esposa e hijo, sin empleo. Buscó y encontró qué hacer, seguir con lo que ya hacía: cultivar la literatura e incluso escribir reseñas sobre el naciente cine. Manuela, Alfonso y su hijo pasaron frío y hambre. Y no hay alusión a esta época en las notas periodísticas que publicaron sobre el libro de Frid.
Otras vidas de artistas importantes han sido más divulgadas, la que más es la de Diego Rivera. La viuda de Siqueiros, Angélica Arenal (1909-1989), asistía a la oficina de la Sala de Arte Público legada por el pintor “al pueblo de México”. Recuerdo las veces que estuve allí, con el maestro Alberto Híjar y algunos alumnos de Filosofía de la Unam y del Taller de Arte e Ideología, Ana María Escalera y Armando Castellanos y otros. Alguien dijo que ella estaba dictando sus memorias.
Lo que a veces descubren los lectores de revistas, periódicos y libros, y los que van a presentaciones de libros, es algo que no esperaban: los escritores son humanos. Y a veces son escandalosos, como Óscar Wilde o Paul Verlaine, quien hospedó en su casa a Arthur Rimbaud sin que le importaran las quejas de la señora Verlaine.
En tiempos de la Revolución Mexicana, Alfonso Reyes se portó como cien años después no lo harían los escritores mexicanos, pero no fue el único. Salvador Díaz Mirón dirigió un periódico durante la dictadura. Al caer Huerta fueron muchos los escritores que salieron del país. Se habían equivocado de patrón.
Que Reyes fue intolerante con su esposa, que sentaba en sus piernas a las admiradoras que lo visitaban, que hizo lo que haya hecho, como desnudar en su casa a una mujer durante la ausencia de Manuela, sí, y la cuestión es ¿por qué Frid escribió sobre esto? Es posible que Reyes estuviera ejerciendo un magisterio difícil: orientar las búsquedas de los futuros investigadores de sus obras. O más bien se debe a la relevancia que han ido teniendo las mujeres en la escena cultural.
Un amigo, Héctor Perea, publicó las cartas de Reyes con Victoria Ocampo, cuando el archivo de Reyes estaba en la Ciudad de México. Ahora que está en Monterrey (¡qué bueno que no está en la Universidad de Austin, en Texas, que paga bien a los familiares por los archivos de los escritores) la investigadora Frid tomó el camino de “rescatar” a Manuela Mota.
Paulette Patout publicó en 1990 (edición en francés, 1978) un libro: Alfonso Reyes y Francia, con sello de El Colegio de México y el Gobierno del Estado de Nuevo León. Consta de 664 páginas, más 89 páginas de apéndices: dos cartas y dos textos de Reyes, una bibliografía, que va de la página 673 a la 729, y un índice onomástico, de la 731 a la 756. Y hay un libro sobre Reyes y Brasil, y volúmenes de cartas con personas de su tiempo.
Visto así, escribir una novela sin el aparato académico de la investigación realizada, es una proeza. Pero que los reporteros de periódicos y revistas no se llamen a engaño. El trabajo de Sandra Frid obligará a más trabajos de más investigadores, porque Reyes es una fuente inagotable de humanidad.