Es
urgente evitar que los lectores consuman biografías fantasiosas. En Europa hay
una respetable producción de libros de historia cultural, que incluye las
aportaciones de escritores independientes y de escritores embelesados en la
construcción de figuras míticas en el arte y la literatura, además de
académicos. Recordemos el caso del libro que escribió el médico de Francois
Miterrand, vetado por la familia cuando ya había circulado por Internet. Cuando
se trata de escritores que vivieron hace dos siglos (The creation of Nikolai
Gogol, Donald Fanger, Harvard University Press, 1979), la tarea es más
complicada y también menos delicada. El libro escrito por el médico de
Miterrand hace pocos años ya no tiene importancia. El libro de Fanger ha
devenido clásico, como el de Douglas Day sobre Lowry (1973). Y esperamos que el
libro Una introducción a Octavio Paz, de Alberto Ruy Sánchez (FCE), tenga una
larga vida. No así el que podría escribir el exégeta autor de Octavio Paz:
El poeta y la Revolución, quien ni
suda ni se acongoja al decir, en la entrevista de Marina Gómez-Robledo: “La
historia personal llegará, y quizá, alguna vez escriba yo un libro sobre
Octavio Paz íntimo”.
¿Por qué digo esto? Porque el autor
mencionado carece de sentido del equilibrio, pues da vueltas para que sus
opiniones de derecha no lo parezcan tanto y porque es hábil para repartir
culpas: “La izquierda mexicana y latinoamericana perdió con ello al mayor
interlocutor posible. La izquierda latinoamericana no tiene todavía idea de lo
que perdió al dejar de hablar con Octavio Paz”. Estas afirmaciones pudieran
haberlas dicho de otra manera, escritores del bando contrario, aunque sonaran
despectivas: “la izquierda descansó de las constantes intrusiones del poeta y
ensayista Paz” y “la izquierda sabe muy bien lo que hubiera ganado México si Paz
no hubiera sido tan entrometido”.
Los periodistas no son ajenos a la
construcción de famas y mitos que practican los escritores que entrevistan,
sutiles publicistas de sus propios egos, y puede ser que lo hagan a sabiendas o
no. Marina Gómez-Robledo empieza mal su nota cuando afirma que “Octavio Paz fue
hijo de la Revolución mexicana. Desde su primera infancia hace ya un siglo el
espíritu de transformación y guerra flotaba entre las paredes de su casa, y del
mundo”. ¿De dónde sacó tal noticia? Se dejó llevar por lo que le dijo su
entrevistado.
Mi abuelo vivió la revolución pues vivía en el
centro de la ciudad de México, cerca del llamado Zócalo. Enviudó en los años
cincuenta y murió en los años sesenta. Creo que nunca crucé una palabra con él,
a pesar de que vivimos en la misma casa, él desde 1928 y yo diez años de mi
vida, en San Pedro de los Pinos, barrio colindante con Mixcoac, donde vivió el
abuelo de Octavio Paz y donde está la Plaza de Toros México. Mi abuelo casi
nunca estaba, pues pasaba largas temporadas en Ixtapan de la Sal. Y no recuerdo
haberlo visto hablar con otras gentes contando algo de aquéllos años.
Cuando su hija y yerno terminaron la construcción
de su casa, mi abuelo se fue a vivir con ellos, al norte de la ciudad, cerca de
la Villa de Guadalupe. Y poco después murió. Para mí el mundo exterior se
reducía a la escuela, la primaria, la secundaria, y fue el 68 el que hizo que
yo me enterara que había calles de la ciudad por donde uno podía marchar y
gritar. Entonces yo tenía 17 años y algo puedo decir de esas jornadas. Mi padre
nunca dejó de hablar de la Segunda Guerra Mundial, y los pormenores de batallas
y héroes no flotaban en el ambiente, se arrastraban sobre la sangre de los
muertos como los dibujos de la película The Wall. Su primera hija nació en
1939. Yo no podría escribir que mi padre fue hijo de la Revolución Mexicana,
aunque nació en 1909. Y no supe qué vivió mi abuelo esos años, entre 1909 y
1914, cuando la dictadura cayó, cuando Madero, Zapata, Villa y Carranza murieron,
cuando nació Octavio Paz, por lo que debemos entender cabalmente la frase “hijo
de la Revolución mexicana”, y nieto, si queremos agregarle, lo cual no
significa que la pólvora de las batallas le haya caído encima. Así quedan
ambos, abuelo y padre, descalificados como cronistas. Sin embargo, yo podría
aportar otra versión, con imaginación de novelista, aderezada con el impacto
que tuvo la muerte del general Bernardo Reyes en su hijo, Alfonso, con las
fechas por delante y su gran poema luctuoso de homenaje.
La periodista también escribió que el libro en
cuestión es un homenaje al “difunto amigo y maestro” del autor que respondió
sus preguntas.
Octavio Paz fue director de una revista literaria,
Vuelta. El entrevistado trabajó en ésta muchos años y llegó a ser subdirector
de la misma. Tanto él como quien fue secretario de redacción de la misma,
Alberto Ruy Sánchez, siempre hablaron con el director usando el usted seguido
del nombre: no era el amigo Paz, era usted, Octavio, porque eran empleados y
subordinados en una empresa. El grado de cercanía de estos dos autores que han recordado
a Paz en estos tiempos centenarios pudo haber aumentado con el paso de los
años, pero nunca como para llamar al célebre director, antes del Nobel, “mi
amigo”. El carácter del poeta lo impedía. Trabajé en la revista dos años y fui
al departamento de Paz en varias ocasiones, una de ellas acompañando al
subdirector y al secretario. Una vez hubo una reunión en la oficina de la
revista, con los escritores del consejo editorial, y Paz hizo uso de la palabra
todo el tiempo. Propuso cuestiones que los demás aprobaron sin dificultad,
excepto José de la Colina, que se mostró en desacuerdo en uno de los asuntos.
Igual ocurrió en su departamento. Ninguna de las personas allí presentes tuvimos
un trato de “amistad” con el Director (yo menos, claro), sí de cordialidad, de
amabilidad. Conservo papeles con recados de su puño y letra para cuestiones
editoriales que debían atenderse.
Ahora, en cuanto a lo de maestro, habría que ver.
El susodicho abrió una revista después de que al morir Paz, en conversaciones
con la viuda, decidieran que se acabara Vuelta. La nueva revista ha buscado ser
imitadora de su antecesora, el camino ya estaba hecho. Y en lo que se refiere a
algunos temas, el “discípulo” hizo que el maestro perdiera mesura, quien fue aceptando
que se incluyeran cada vez más asuntos de política, y lo llevó a que se
enemistara con un “discípulo-amigo” de toda la vida, Carlos Fuentes, cuando el
subdirector escribió y publicó un artículo en el que desbarató un libro
reciente de Fuentes, además de que lo publicó en una revista de Estados Unidos,
The New Republic, que el Secretario Ruy Sánchez caracterizó como de derecha. El
acercamiento que fue teniendo Paz con el Partido Acción Nacional —tiempos de
Francisco Barrios Terrazas—, que incluyó un piso completo en un edificio en una
de las entradas al Pedregal de San Ángel y computadoras se debió al
“discípulo”, convertido entonces en maestro del maestro. Así el subdirector
volvió S.A. la A.C. de origen, incluyendo en el directorio a un banquero.
Todos preferimos ver paisajes con flores y
arbolitos y animalitos de cuentos infantiles. Lo que no podemos evitar es pisar
un charco, o peor, un lodazal, que sólo estará seco cuando termine la temporada
de lluvias. Ha habido defensores de la vida privada de los escritores y esto
nos ha entregado reseñas periodísticas, artículos y libros más bien tediosos.
Recuerdo a Elena Garro en su vejez declarando que una académica le había
sustraído papeles. Hoy, ¿dónde están esos papeles, y otros, de muchas gentes de
nuestra muy incompleta historia literaria?