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viernes, 6 de junio de 2014

UNA SOMBRA QUE SE ESCAPA, SEGUNDA PARTE

Es urgente evitar que los lectores consuman biografías fantasiosas. En Europa hay una respetable producción de libros de historia cultural, que incluye las aportaciones de escritores independientes y de escritores embelesados en la construcción de figuras míticas en el arte y la literatura, además de académicos. Recordemos el caso del libro que escribió el médico de Francois Miterrand, vetado por la familia cuando ya había circulado por Internet. Cuando se trata de escritores que vivieron hace dos siglos (The creation of Nikolai Gogol, Donald Fanger, Harvard University Press, 1979), la tarea es más complicada y también menos delicada. El libro escrito por el médico de Miterrand hace pocos años ya no tiene importancia. El libro de Fanger ha devenido clásico, como el de Douglas Day sobre Lowry (1973). Y esperamos que el libro Una introducción a Octavio Paz, de Alberto Ruy Sánchez (FCE), tenga una larga vida. No así el que podría escribir el exégeta autor de Octavio Paz: El poeta y la Revolución, quien ni suda ni se acongoja al decir, en la entrevista de Marina Gómez-Robledo: “La historia personal llegará, y quizá, alguna vez escriba yo un libro sobre Octavio Paz íntimo”.
            ¿Por qué digo esto? Porque el autor mencionado carece de sentido del equilibrio, pues da vueltas para que sus opiniones de derecha no lo parezcan tanto y porque es hábil para repartir culpas: “La izquierda mexicana y latinoamericana perdió con ello al mayor interlocutor posible. La izquierda latinoamericana no tiene todavía idea de lo que perdió al dejar de hablar con Octavio Paz”. Estas afirmaciones pudieran haberlas dicho de otra manera, escritores del bando contrario, aunque sonaran despectivas: “la izquierda descansó de las constantes intrusiones del poeta y ensayista Paz” y “la izquierda sabe muy bien lo que hubiera ganado México si Paz no hubiera sido tan entrometido”.
            Los periodistas no son ajenos a la construcción de famas y mitos que practican los escritores que entrevistan, sutiles publicistas de sus propios egos, y puede ser que lo hagan a sabiendas o no. Marina Gómez-Robledo empieza mal su nota cuando afirma que “Octavio Paz fue hijo de la Revolución mexicana. Desde su primera infancia hace ya un siglo el espíritu de transformación y guerra flotaba entre las paredes de su casa, y del mundo”. ¿De dónde sacó tal noticia? Se dejó llevar por lo que le dijo su entrevistado.
Mi abuelo vivió la revolución pues vivía en el centro de la ciudad de México, cerca del llamado Zócalo. Enviudó en los años cincuenta y murió en los años sesenta. Creo que nunca crucé una palabra con él, a pesar de que vivimos en la misma casa, él desde 1928 y yo diez años de mi vida, en San Pedro de los Pinos, barrio colindante con Mixcoac, donde vivió el abuelo de Octavio Paz y donde está la Plaza de Toros México. Mi abuelo casi nunca estaba, pues pasaba largas temporadas en Ixtapan de la Sal. Y no recuerdo haberlo visto hablar con otras gentes contando algo de aquéllos años.
Cuando su hija y yerno terminaron la construcción de su casa, mi abuelo se fue a vivir con ellos, al norte de la ciudad, cerca de la Villa de Guadalupe. Y poco después murió. Para mí el mundo exterior se reducía a la escuela, la primaria, la secundaria, y fue el 68 el que hizo que yo me enterara que había calles de la ciudad por donde uno podía marchar y gritar. Entonces yo tenía 17 años y algo puedo decir de esas jornadas. Mi padre nunca dejó de hablar de la Segunda Guerra Mundial, y los pormenores de batallas y héroes no flotaban en el ambiente, se arrastraban sobre la sangre de los muertos como los dibujos de la película The Wall. Su primera hija nació en 1939. Yo no podría escribir que mi padre fue hijo de la Revolución Mexicana, aunque nació en 1909. Y no supe qué vivió mi abuelo esos años, entre 1909 y 1914, cuando la dictadura cayó, cuando Madero, Zapata, Villa y Carranza murieron, cuando nació Octavio Paz, por lo que debemos entender cabalmente la frase “hijo de la Revolución mexicana”, y nieto, si queremos agregarle, lo cual no significa que la pólvora de las batallas le haya caído encima. Así quedan ambos, abuelo y padre, descalificados como cronistas. Sin embargo, yo podría aportar otra versión, con imaginación de novelista, aderezada con el impacto que tuvo la muerte del general Bernardo Reyes en su hijo, Alfonso, con las fechas por delante y su gran poema luctuoso de homenaje.
La periodista también escribió que el libro en cuestión es un homenaje al “difunto amigo y maestro” del autor que respondió sus preguntas.
Octavio Paz fue director de una revista literaria, Vuelta. El entrevistado trabajó en ésta muchos años y llegó a ser subdirector de la misma. Tanto él como quien fue secretario de redacción de la misma, Alberto Ruy Sánchez, siempre hablaron con el director usando el usted seguido del nombre: no era el amigo Paz, era usted, Octavio, porque eran empleados y subordinados en una empresa. El grado de cercanía de estos dos autores que han recordado a Paz en estos tiempos centenarios pudo haber aumentado con el paso de los años, pero nunca como para llamar al célebre director, antes del Nobel, “mi amigo”. El carácter del poeta lo impedía. Trabajé en la revista dos años y fui al departamento de Paz en varias ocasiones, una de ellas acompañando al subdirector y al secretario. Una vez hubo una reunión en la oficina de la revista, con los escritores del consejo editorial, y Paz hizo uso de la palabra todo el tiempo. Propuso cuestiones que los demás aprobaron sin dificultad, excepto José de la Colina, que se mostró en desacuerdo en uno de los asuntos. Igual ocurrió en su departamento. Ninguna de las personas allí presentes tuvimos un trato de “amistad” con el Director (yo menos, claro), sí de cordialidad, de amabilidad. Conservo papeles con recados de su puño y letra para cuestiones editoriales que debían atenderse.
Ahora, en cuanto a lo de maestro, habría que ver. El susodicho abrió una revista después de que al morir Paz, en conversaciones con la viuda, decidieran que se acabara Vuelta. La nueva revista ha buscado ser imitadora de su antecesora, el camino ya estaba hecho. Y en lo que se refiere a algunos temas, el “discípulo” hizo que el maestro perdiera mesura, quien fue aceptando que se incluyeran cada vez más asuntos de política, y lo llevó a que se enemistara con un “discípulo-amigo” de toda la vida, Carlos Fuentes, cuando el subdirector escribió y publicó un artículo en el que desbarató un libro reciente de Fuentes, además de que lo publicó en una revista de Estados Unidos, The New Republic, que el Secretario Ruy Sánchez caracterizó como de derecha. El acercamiento que fue teniendo Paz con el Partido Acción Nacional —tiempos de Francisco Barrios Terrazas—, que incluyó un piso completo en un edificio en una de las entradas al Pedregal de San Ángel y computadoras se debió al “discípulo”, convertido entonces en maestro del maestro. Así el subdirector volvió S.A. la A.C. de origen, incluyendo en el directorio a un banquero.

Todos preferimos ver paisajes con flores y arbolitos y animalitos de cuentos infantiles. Lo que no podemos evitar es pisar un charco, o peor, un lodazal, que sólo estará seco cuando termine la temporada de lluvias. Ha habido defensores de la vida privada de los escritores y esto nos ha entregado reseñas periodísticas, artículos y libros más bien tediosos. Recuerdo a Elena Garro en su vejez declarando que una académica le había sustraído papeles. Hoy, ¿dónde están esos papeles, y otros, de muchas gentes de nuestra muy incompleta historia literaria?