PRIMERA PARTE
Desde los tiempos griegos en que Aristófanes utilizaba en su comedia Las nubes la figura de Sócrates como un personaje humorístico, desde los años en que Marcial retrataba en sus Epigramas los vicios y defectos de los ciudadanos más distinguidos de la Roma obscena y corrupta del siglo I, desde el momento en que Juvenal daba a conocer sus Sátiras en el imperio decadente, desde las épocas en que los italianos pegaban a una estatua aquellos versos jocosos sobre sus gobernantes y en los pasquines se satirizaba a las figuras más destacadas del momento, la burla como un arma inteligente y peligrosa contra los poderosos ha surgido en todas las sociedades humanas.
El humor varía según la cultura de cada lugar y entonces encontramos que alemanes o ingleses no se ríen de lo mismo que italianos o franceses. En Hispanoamérica, aunque nos une un mismo idioma, no nos vincula un mismo humor, la pertinencia de lo gracioso es diferente en todas las latitudes.
En México, junto con los soldados y frailes conquistadores llegaron también las redondillas. Cultivado en España lo mismo por Francisco de Quevedo que por Baltazar de Alcázar, por Garcilaso de la Vega que por Luis de Góngora y Argote, el poema humorístico intenta provocar la risa abrevando en las fuentes más disímbolas. En México, Sor Juana apuntó también algunas memorables líneas a este subgénero.
Junto con la tradición del Día de los Muertos, extraña mezcla sincrética que une el Día de Todos Santos y el Día de los Fieles Difuntos del santoral español, con las festividades de Mictlantecutli y Mictlancíhuatl que los mexicanos celebran en Tenochtitlan, en México inició además el festejo carnestolendo. País festivo, casi todo es sincretismo, magia, símbolo. Nación de supersticiones y fe, creencias y religión, vida y muerte que se mezclan y se entremezclan en la máscara de cartón y el papel picado.
Sigue mañana