Cuando me inicié en este oficio, hace un puñado de lunas nuevas, tuve el
honor de compartir una lectura con Sergio Pitol. En esa noche de gala, escogí
mis cincuenta mejores cuentos para hacer crepitar la velada a los grandes
aplausos y apostar mi historia al público que asistía a escuchar al novelista.
La respuesta fue la esperada, excepto por Juan Vicente Melo, quién regañó mi
osadía, al final del recital. Introspectivo a la igualdad impar, Yo recordé la
dura experiencia del actor mexicano Ricardo Montalbán, empezando a hacerse
conocido más allá de su casa. En 1975, el actor firmó un contrato de grabación
para un comercial de Chrysler Corporation, cuya división de coupés buscaba
lanzar al mercado su primer auto de lujo personal, el modelo Chrysler Cordoba.
Oportunidades como éstas estaban negadas a los artistas inmigrantes,
especialmente latinos. Ricardo Montalbán, quién sabía lucir un esmoquin como
pocos, sin parecer un pingüino prestado de otros males, tiene la postura
presentadora del anuncio. El actor modifica sus límites y rodea el molde
perfecto del Chryler Cordoba, exaltando la línea y los detalles de la
carrocería, su motor V8, para pasar a mostrar las virtudes del revestimiento
interior en “lujoso cuero corintio” con impecable inglés, la instrumentación
completa del tablero, la palanca de cambios al piso y el tocacintas integrado.
Al final, la grabación fue rechazada por los dueños de la empresa. En el afán
de hipnotizar a la cámara con su encanto latino, éste distrajo la atención
sobre el carro. No incurre en el mismo error dos veces.
Yo conocí a Úrsula Ramos en un espacio similar a
éste.
“La gente que no lee libros no tiene ventaja alguna sobre la desgraciada
persona que no sabe leer y escribir”. Úrsula Ramos dijo estas palabras hace más
de veinte años en la nota preliminar a un taller de ortografía y redacción
impartido en la ya mítica Casa Salvador Díaz Mirón. Ella quiso decir, la gente
que no lee libros es un analfabeto funcional, pero ello no es impedimento para
ser un escritor o presidente de la nación, desde que el camino a la ignorancia
está pavimentado con portadas pagadas de lujo. O sea, Gutenberg fue un tipo
mayúsculo anudando ejes a la imprenta, pero bajo ninguna circunstancia se debe
olvidar el célebre dictum lusitano: En literatura, no hay nada
escrito. Ahora, el furioso futuro de las bibliotecas es el libro electrónico,
pero es algo que los expertos no alcanzan a explicar en totalidad. Por mi
parte, he de confesar que encontré el árbol de Clavijero y comí de su
fruto, mea pulpa, pero mirar cualquier nuevo programa informático
como el libro electrónico es una tarea de cuidado, igual que comer sin digerir.
Actualmente, La biblioteca de Babel y El libro de
arena parecen más ciertos y la avalancha de herramientas de la
comunicación se equiparan a los modelos que soñó Borges a partir que lo hirió
la ceguera, que no puedo evitar ver convertida mi computadora en un perfecto
detector de mentiras, desde que la gente lee menos libros todavía y va pesando
la costumbre de hacernos cada vez más flojos para comunicarnos. En fin, el
libro electrónico no tiene ventaja alguna sobre la desgraciada suerte del
tradicional libro, porque nadie discute que los libros también pueden ser
usados como sombreros.
Yo sé del beisbol en Playón de Hornos y los bailes en
Villa del Mar, antes de poner un pie adentro de la Biblioteca Municipal. Sin
embargo, la correcta ortografía es aplicable más que nunca a la trascendencia
de la labor editorial en el puerto de Veracruz, siendo un movimiento literario
que existe en el silencio. No se menciona a Díaz Mirón por problemas legales,
pero se discute mucho el plan de Bellas Artes y los espacios y los caracteres,
puntos suspensivos, comas y signos de admiración en ojos ajenos, del patrimonio
cultural disfrazado de razón oficial. Defensa inteligente, pero equivocada, del
sector turismo. Ante la estética cíclica del Carnaval, en el ejemplo más
autorizado para hacer una selección representativa, los artistas de frescos
instintos vienen proponiendo que se levante una barrera contra el norte de sus
admirables trabajos que el calendario festivo no necesita, una tapia de sus
ignorados galardones en pergamino que atraviese y divida la plaza diminuta de
La Campana y recupere el viejo Veracruz intramuros, gracias a una de esas pocas
cosas que uno sabe hacer en la vida por bochornos enteros de reconocimiento
dominical, sin mirar que el vigía público incurre, como el gobierno paralelo,
en ese vicio lógico que se llama petición de principio: para ellos, el
artista per se y a pesar de su palmaria creatividad conectada
a la vanguardia, es polémico y anarquista. La discusión de los apoyos se hace
desde la realidad que la rodea. Si la veracidad del Carnaval es un círculo
vicioso, un movimiento literario consiste en cinco o seis personas que viven en
el mismo lugar y se detestan cordialmente. Un costo estrambótico por metro
cuadrado.
Más allá del bien y el mal, prefiero ocuparme de mi
intimidad con Úrsula Ramos y Juan Vicente Melo. Los guardianes de Ga’Hoole,
porque creo en las ilusiones intelectuales de los videojuegos.
Deben saber que la cosa más difícil de escribir es
una recomendación para alguien que uno conoce. Úrsula Ramos y mi papá fueron
vecinos en la infancia y supongo que ella vio el vivo retrato de la casa
paterna en mí. Durante la primera clase, ella disipó mis dudas sobre los signos
diacríticos que consumen mis largas y lentas frases. Así, la tilde diacrítica
se utiliza para señalar un día muy difícil en tu vida. A la clase siguiente, me
obsequió una copia de su libro “Impresiones al vuelo”. El título viene a ser
una fecunda columna dominical que se instala en el suplemento dominical
de El Dictamen. El libro cede su lugar a “Pinceladas”, su notable
contribución a la poesía y el cuento. Treinta años más tarde, ambos libros
vieron la luz de una compilación. “Impresiones al vuelo” es una manifestación
clara de la constante preocupación de la autora por la correcta ortografía y el
arte de la redacción. “Es un libro que yo viví en mis treinta años de servicio
al Tecnológico de Veracruz. Todos los personajes que aparecen en el libro, bajo
su verdadero nombre o un pseudónimo, fueron personas que compartieron mi
trabajo allí con diferentes éxitos”. No es un libro de gran complicación
formal, sino de trabajo minucioso y tesonero sobre la memoria cultural de esta
ciudad. Pocas veces, alguien ha visto en la vida a una persona aferrarse a su
memoria privilegiada.
Puedo citar las muchas oportunidades que he tenido de conversar con la
maestra, quien delante del paso de los años, recuerda muchas cosas como si
apenas hubieran sucedido hace pocos instantes. “Yo no sé nada de la
inspiración. La he oído mencionar, pero nunca la he visto. Yo escribo para que
me quieran”, repite ella. No, no hay razón para dudar de la carga acumulativa
de aprecio en apoyo de su admirable vitalidad como periodista y promotora
cultural, pero su propósito es menos ambicioso que eso. Úrsula Ramos aspira a
ser una playa, si se quiere mirar con consigna de marinero. Úrsula Ramos no
pretende defender una ideología o criticar una política a través de su
escritura, sino que busca en las interacciones de sus anécdotas un acercamiento
a las deudas morales que nos afectan en lo personal de nuestra experiencia.
Ningún cronista de la ciudad soporta tanta precisión, tantas fechas, tantos
nombres, tantos lugares. Con todo, las odiosas semejanzas encaran una fuerte
corriente clásica en el arte de Úrsula Ramos, respondiendo desde Erina de Telos
y sus epigramas certificados, que a veces, erróneamente, han tachado de prescindibles
y accidentales. La génesis de esta actitud se encuentra en la experiencia vital
de la autora, si acaso importa saberlo. Úrsula nunca renunció a la antigua
caligrafía. Encuentra mejor acomodo. Su territorio interior, con las palabras
escogidas más por el efecto de permanecer un larguísimo tiempo soñando que
elevar su discurso apenas encima de la encantadora felicidad de la máquina de
escribir, esa invención para todo aquella secretaria de oficina que no tiene
tiempo para sentarse a registrar su creatividad. Punto. Yo la saludo con
admiración, maestra.
Por otro lado, Juan Vicente Melo piensa y habla del acento
dipsómano, para los versos que morirán de inmediato. Hombre armado de sintaxis,
Juan Vicente me ve llegar a su departamento en compañía de dos amigos poetas.
Al vernos, exclamaba:
—Me gradué con honores en Medicina en 1956 y ese
mismo año inicié mi carrera literaria, renunciando de lleno a la práctica de la
obstetricia, por cuenta de los bebés que lloran mucho…
—¿Qué bebés? —pregunto yo.
—Yo, una copita de la botella de Rioja que oculto en
la alacena. Tráela para servirnos todos.
El rato pasa. Vamos de un círculo de miradas al
siguiente. Juan Vicente vuelve a reanudar la conversación.
—Mi segunda novela, no me decido si titularla “El
festín de la araña” o “La rueca de Onfalia”. A Tomás le agrada más el segundo…
—¿Qué Tomás?
—Yo, una copita de la botella de Oporto que oculto en
mi recámara. Tráela para servirnos todos.
Al tiempo que anochece, la visita llega a su fin.
Bastan trece pasos para encontrar la salida, pero Juan Vicente entretiene la
despedida con sus comentarios sueltos.
—Ustedes no están para saberlo, ni yo para contarlo,
pero debido a la estrecha vigilancia de mis hermanas María Elena y Beatriz, he
dejado la bebida.
—¡Qué bien, muchas felicidades Juan Vicente! —le
decimos.
—Lo malo es que no sé dónde. Alguien vaya a buscarla
en bien de todos….
Mi yo sumido en la obediencia nocturna se encamina al
baño para buscar la botella de californiano que Juan Vicente esconde en el
interior de la tina.
Juan Vicente se ha ido. Úrsula sigue viva y no tiene
para cuando descansar de tantos honores que recibe. Yo estoy aquí, porque fui
invitado para hablar de los libros que he publicado, sobre aquellas bibliotecas
que han influido en mi oficio. Más, un autor que habla acerca de sus propios
libros es casi tan entretenido como un padre que habla de las bondades de sus
hijitos, mientras nos cruza el pensamiento que merece ser esterilizado. No
incurro en el mismo error dos veces.
Texto leído por el autor en la Biblioteca Municipal de la Ciudad de Veracruz el martes 11 de marzo de 2014.
Texto leído por el autor en la Biblioteca Municipal de la Ciudad de Veracruz el martes 11 de marzo de 2014.