Creí que el librero conocía mi ritmo de lectura: tenía novedades
cada vez que yo volvía, después de unos días. Lo que transporta Internet va a
la velocidad de la luz. Ahora los escritores no saben donde están sus críticos.
Quizás no les importa. Antes no sabían quiénes eran sus lectores. Ahora éstos
tienen blogs y opinan, pero siguen siendo desconocidos; asoman por Facebook,
lanzan condenas por Twitter, también saben escribir, aunque se ajustan a la boca de pequeños buzones.
El río pasa, crece y los escritores se hunden, a pesar de
ser ligeros. Se hunden con la lengua, por lo que debemos rescatar las viejas
palabras, traerlas del fondo. Leer del pasado lo que no hemos leído en nuestro caótico, disperso presente. Vale que leamos a los jóvenes, no puede ser que sus días pasen en
silencio, hay lugar en el librero, junto a los creadores ancestrales que
el tiempo ha respetado. Así que vuelvo a asombrarme con Benito Pérez Galdós, quien a los
treinta años escribía novelas en un mes o dos, pletóricas de lo que no tienen
los corresponsales del Internet de hoy.
“No sé si recordaré todas las tiendas de libros que había
entonces en Madrid…”, escribió Pérez Galdós en Napoleón, en Chamartin (enero de 1874).
Con estas palabras dejo este blog a la deriva, barco en mar electrónico que, iniciado en octubre pasado, se ha salvado de varias
enfermedades y ha aceptado el tiempo que le han concedido 11 728 visitantes al día de hoy.
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