Publicado el miércoles 4 de abril de 2012
Debí haber adivinado que esa preocupación temerosa y un punto
lúgubre que le entró por el futuro y de la que les hablaba en la anterior
anotación no era motivada por los apuros que están sufriendo, casi por
sorpresa, sus amigas de pandi. Sí, debí haberlo adivinado en el titubeo de su
voz y en aquella incertidumbre que flotaba al final de sus frases; más aún,
tratándose de una mujer como ella, tan parca y diligente, que le gusta ir a la
cosa misma y sin grandes rodeos, salvo en los caprichos, donde puede demorarse
eternidades y hasta permitirse negligencias de sonrojo —pongamos por caso,
servidor de ustedes—.
Pero como siempre estoy en Babia, no sospeché nada, así que
cuando la otra tarde regresó de su oficina más temprano de lo habitual y me
soltó la noticia a bocajarro y con una sonrisa beatífica, tuve que sentarme,
beberme dos vasos cumplidos de agua y acopiar aire como un velocista exhausto
para poder, al menos, comenzar a digerirla. Ya lo habrán supuesto: se ha
quedado embarazada.
Y mientras a mí se me derrumbaba el mundo estruendosamente con
un vaso de agua en la mano como única certeza, ella tomaba el teléfono y
comenzaba a propalar la noticia entre los familiares y amigos que, para mi
absoluto estupor, insistían en que me pusiese también al aparato para
felicitarme por mi inminente paternidad.
Por supuesto, correspondía a los agasajos con eso de que yo
también estaba muy contento, pero se los juro, lo hacía con una sonrisa
estreñida y unas inmensas ganas de escapar al cine más cercano y solitario para
disolverme en el argumento del último dramón. Lo malo es que ya ni hay cines de
barrio ni se hacen películas de mucho llorar; así que no disponía ni de un mal
refugio donde recapacitar qué iba ser de mí. En tanto, se desataba un estrépito
de felicidad a mi alrededor: a mi madre le agarró un llantina entre hipos de
emoción, sus papás se presentaron de inmediato con una botella de champán, su
hermano y su cuñada, otro tanto, y los sobrinitos, también, y dando saltos de
alegría, y al día siguiente las chicas Telva le organizaron una merienda de celebración
y yo, ahí, totalmente desvalido ante el porvenir y con la urgente necesidad de
buscarme un oficio presentable, porque esto de ser amante ocioso no se conjuga
ni por el reverso con lo que espera un crío de chupete y seriecín, como su
señora mamá, de ese tipo del rincón que le ha correspondido como padre.
Así que, lectores míos, estos cuadernos tocan a su fin por el
imperativo inexcusable de la vida; adiós y muchas gracias por sus lecturas.
Adenda de despedida
Han sido 52 anotaciones, una por semana (salvo tres faltas, por cuestiones técnicas, que he recuperado debidamente), eso suma un año completo, durante el que me han acompañado en este ejercicio literario, titulado Los cuadernos de un amante ocioso. Les estoy muy agradecido por recibirme cada semana, por esos 479 seguidores (más de 9 por anotación), por esas más de 40.000 visitas (casi 800 por anotación, no está mal del todo), y por esos más de 12 comentarios de media por anotación, y por sus correos afectuosos y estimulantes; sinceramente, por todo ello, les estoy muy agradecido y les quedo en una muy merecida deuda.
Ah, mantendré abierto el blog un mes o mes y medio para los que
quieran repasarlo o divulgarlo. Gracias de nuevo y adiós.
(AGREGADO HOY, 29 DE JUNIO: TODAVÍA PUEDEN LEERSE LOS CUADERNOS DE UN AMANTE OCIOSO punto BLOGSPOT EN INTERNET.)
1 comentario:
Muchas gracias , Jaime por la divulgación de mis cuadernos. En cuanto a eso que me preguntaste, si habría continuación, pues, la verdad, de momento, estoy intentado sacar adelante otros proyectos literarios, y en cuanto, ponga estos a flote lo sopesaré debidamente.
Y de nuevo, gracias, amigo.
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