El rey llamó al juglar y le dijo:
―Aldo, debo partir a la conquista de Jerusalén y te encargo la responsabilidad de cuidar y atender a la reina Clandelina tan cumplidamente como si yo mismo fuese; mira que la reina está encinta.
Partió el rey con su ejército.
Tres años estuvo ausente, tres años destelló su brillante espada por tierras lejanas en lucha esforzada contra los infieles.
Al llegar al castillo después del viaje, llamó al juglar y le preguntó:
―¿Cumpliste mi orden?
―Sire. ―Contestó el juglar―. Cabalmente―. Hizo una venia y señalando gentilmente a la reina que por una puerta aparecía, terminó diciendo al rey en tono de satisfacción―: Vos mismo podéis ver que vuestra señora, la bella y dulce reina Clandelina, luce lozana y… que sigue encinta.
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