Pasan los
años y el periodismo cultural de la capital de México permanece inmutable, desvaído. Si Batis fue un editor
maestro, sus discípulos siguen sus pasos con impermeables y paraguas, por si
llueve. Esto quiere decir que sus lectores viven tranquilos, sin preocuparse.
La conmoción que llevó a la presidencia a Ernesto Zedillo, el asesinato de Luis
Donaldo Colosio, y a las presidencias que siguieron, no ha ocurrido en las
páginas culturales de los periódicos. Un discurso reciente del presidente de
Reforma lo comprueba, cuando se refirió a que la verdad es una misión de los
periodistas, como si nadie hubiera visto Rashomon (1950), película japonesa
donde cada testigo cuenta lo que vio desde su sitio. Y la convivencia de los
invitados a ese discurso en la celebración de Reforma parecería una democracia impecable,
no hay izquierda ni derecha, la unión forja la verdad.
La
sucesión generacional, de Benítez a Batis a Julio Aguilar sería un capítulo
brillante en una historia oficial, excepto que faltan nombres: Adolfo Castañón
y su ruptura con Monsiváis en Siempre!, Luis Spota en Novedades, Jorge Alberto
Lozoya y Emmanuel Carballo en El Día, los que heredaron Plural, la revista que
Octavio Paz fundó como parte de Excélsior, por más Vuelta que hubiera querido el
poeta, quien prosiguió su labor excluyente como si nada, los que tendieron
Nexos, políticos cultos, los que cubren la jornada semanal en principio con el
magisterio de Benítez y así, incluso en la televisión pública, cuando termina
el periodo de Calderón sigue en la pantalla de Canal 22 los mismos locutores,
quizás los mismos programas. Faltan nombres e ideas que Humberto Musacchio no tendrá
que compilar.
En esa
línea continua se encuentra el “yoísmo”, una mala costumbre en los comentarios
literarios. La falta de periodistas culturales auténticos —con excepciones,
como Columba Vértiz en Proceso—, lleva a los literatos a dar entrevistas, a
firmar artículos, a dar opiniones al por mayor. La palabra ensayo lo permite
todo y la reseña de un libro llega a ser un volumen de las obras completas, y
no es un género periodístico, no es un capítulo de tesis o de investigación
doctoral, sino páginas sueltas del día. En ese oficio otro maestro fue Pacheco,
guía del inventario de huesos consagrados, siempre ajeno al presente para
evitar las fluctuaciones de la fama, sobre todo entre los jóvenes. Con Pacheco
escasean los ensayos pero abundan las reseñas que muestran tesoros ocultos.
El “yoísmo” está presente
en el número que Confabulario (El Universal, 28 de diciembre de 2014) le dedica
a Huberto Batis. La semblanza del profesor queda entreverada con los recuerdos de los ex
alumnos, redactores desequilibrados: menos Batis y más lo vivido con Batis. ¿La
razón? Es más sencillo escribir memorias que emprender una investigación, sobre
todo si el personaje es uno mismo. Ocupados como están en sus propias obras, no
entrevistan a contemporáneos de Batis, no van a la hemeroteca, no revisan el
abundante material de la época, la de Batis editor que es parte de Batis
profesor y autor. De ello resulta una labor pospuesta, que emprenderá algún
tesista, para el que la lectura de este número de Confabulario, el número 82 de
una segunda época, no servirá de mucho. Los colaboradores invitados por el
editor, Julio Aguilar, fueron, en orden de aparición: Guillermo Fadanelli,
narrador; Alberto Ruy Sánchez, narrador, editor; Julio Aguilar, editor; Alegría
Martínez, dramaturga, periodista (autora de los libros Manuel Becerra
Acosta, periodismo y poder, 2002, y Juan José Gurrola, 2007; en su entrevista
une su voz a la de Batis, quien habla de sus años con los jesuitas); Pura López
Colomé, poeta, traductora, y Carmen Boullosa, narradora, poeta.
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