Fue
aquella una tibia tarde veraniega… propia de un verano que en breve daría paso
a un otoño de tonos dorados y ocres, con sabor a buñuelos y a calabaza con
panela y miel. Ahí, cerca del mar, en la Casita Blanca, hoy Museo de Agustín
Lara, presentamos una vez más el libro “El vuelo silencioso, cartas para mi
hijo médico”, cuyo producto obtenido de la venta será para las muchas
necesidades de los pequeños con cáncer. Quizá sólo valoramos esta terrible
enfermedad cuando toca a uno de los nuestros, ya sea que se convierta en su
víctima, o ya en el médico que lucha por rescatar a los pequeños de las garras
de la enfermedad, lo cual, al correr del tiempo, va mermando lentamente su
salud física y mental.
Invité como maestro de ceremonias a Juan
Carlos Ocampo y como presentadores del libro a dos escritores, ambos excelentes
amigos: Daniel Domínguez Cuenca y Jaime Velázquez.
Daniel habló de la vida. Y de ella
dijo: «Existir es una maravilla que sorprende cada día. Cuando dejamos de
sentir tal maravilla, la vida pierde brillo y color. Hace unos días tuve la
fortuna de participar en una mesa de estudiosos y practicantes de las artes
escénicas. Todos coincidían en algo, la vida es un festín, la vida es una
celebración. La rutina empaña esa fiesta, la vuelve insulsa o gris. La muerte enluta
esa fiesta, la vuelve negra.
Yo soy una persona que le canta a la vida.
Todas las mañanas agradezco a los elementos que con sabiduría cósmica nos hacen
placentero el despertar. Disfruto y venero al señor sol y a la señora luna.
Respeto al Dios del viento, admiro su canto. Le rindo tributo a la Diosa Lluvia
y a todas las entidades fluidas, a sus mares y a sus ríos. A la luz, al aire,
al fuego a la madre tierra. Fertilidades planetarias. Yo le canto a la vida
cada día con su cada noche, la celebro con íntima alegría. Este cuerpo que me
contiene y expande irradia vida, goza de salud. Por eso no me gusta cantar a la
muerte, porque bien sé que desde un inicio vivir es una batalla que se libra
cada día contra la inevitable parca. Somos humanos porque podemos dejar de ser.
La finitud nos define. Mas, por otro lado, ella no es mala, tan sólo es ella,
tan sólo es muerte. Tan natural, tan necesaria y tan temida, porque nos aparta
de la corriente energética, porque se come la vida, porque cesa el existir.
Yo no sé si quería leer este libro. Confieso
que me daba miedo, el mismo miedo que siento a veces cuando creo enfermar. Le
temo a la muerte prematura, a la muerte chiquita, la que mutila a destiempo el
ciclo entero de vida. Sufro con el dolor ajeno. Sufro con el llanto de otros.
Porque soy humanamente empático, y si la risa contagia, si la esperanza se
pega, también el mal de otros es mío. Sin embargo, este “Vuelo silencioso” no
es un libro triste, sino un testimonio múltiple de lucha, es un canto de
batalla, la que libramos todos los días los que celebramos la vida.
Este libro no es un libro de autor, es un
canto colectivo, una suma de voces. La escritora es un medio, un canal, por el
que fluyen y se plasman otras voces, de todos tamaños y tiempos, grandes, pequeñas
y ancestrales; hablan los padres fundadores de la medicina, hablan los padres y
las madres de los niñas y niños enfermos, hablan a través de los familiares y
amigos los pequeños gigantes que se vuelven maestros, los menudos sabios
curtidos en la batalla decisiva, los que miran de frente la muerte sin titubeo,
sin desviar la mirada, los que asumen a cabalidad la inminente finitud del
ciclo. Hablan los otros, artistas adultos de la palabra que se despiden de su
público, con distintas experiencias de batalla, con diversos pronósticos de
término y maneras varias de ensayar la despedida. Hablan todos, escriben cartas
que son testimonios de vida, porque vivir es viajar, y este viaje no se hace en
solitario, siempre están con uno los otros, los que acompañan. Por eso tenía
miedo de leer este libro, porque tenía miedo de sufrir mucho con su lectura. Diría
más, este libro no es un libro, es una suma de voluntades. Es un símbolo que
recupera la mejor cara de la generosidad humana, el juego virtuoso en el que
todos ponen por el bien del otro. No es un libro, es un signo de solidaridad,
una manera gloriosa de obsequiarse todos los que testimonian, del editor y de
la editorial, de los que se salvaron y de sus salvadores, y de los que se
fueron luchando, librando la batalla, cantando hasta el final la hermosa vida.
Dar es dar. Yo no sé nada de esta misteriosa
enfermedad. Un médico verdadero es un humanista. Un amigo es un amigo, alguien
que junto con nosotros acompaña el viaje, ya sea silencioso, o bien, sea
jubiloso.» Daniel Domínguez Cuenca.
A continuación Jaime Velázquez dijo: «La
alegre juventud se vuelve madurez y trabajo en los estudiantes de Medicina
antes que en los demás universitarios. Y no hay por qué creer que se vuelven
vanidosos, es posible que ellos avancen por la vida como si todo el mundo
estuviera pasando por lo mismo, como si fuera lo mismo levantar un rascacielos
que salvar una vida. Sin afán de establecer una competencia vana, cuando una
construcción colapsa, lo que se necesita es el auxilio médico. La vida humana
actual empieza en un quirófano y el último testigo del final de esa vida es un
médico, el que firma el acta de defunción. Además, el colmo, uno quisiera no
tener que ver a los médicos sino en reuniones amistosas, todos plenos de salud.
Ajeno al mundo médico, lo considero un perfecto territorio donde no existen las
constantes y terribles fallas que hacemos a cada paso.
Hija de médico, esposa de médico, madre de
médico, Alicia Dorantes encontró una alegría de vivir dentro de la seriedad de
su profesión, la escritura. Su padre, el doctor Miguel Dorantes Mesa, fundador
de un centro médico para el tratamiento de la tuberculosis en Xalapa, también
fue escritor. Dejó un pequeño libro de reflexiones en las que unió lo
filosófico con lo científico para encontrar, diría yo, el cordón umbilical que
une el universo con las personas. Algo inmenso que se alcanza con la curación
de cada paciente.
Alicia viene escribiendo artículos
periodísticos desde hace más de quince años, escribió también un libro “Estanzuela,
1964: Memorias de un servicio social”, donde narra sus vivencias al cumplir su
servicio social lejos de toda infraestructura clínica. Es decir, la ambulancia
son las piernas de la doctora atravesando cañaverales y montes para llevar
auxilio a gente que parecía condenada a morir en sitios sólo cercanos a quienes
allí viven y que, a veces, se enferman. Son tan diversos los destinos que
siguen los egresados de Medicina, que quizás pocos profesores se aventuren a
hablar en la cátedra de experiencias que no sean los personales logros por la
salud de sus pacientes. Ese libro de Alicia Dorantes representa muy bien una
época, los años en que ella cambió su alegre juventud por la responsabilidad de
estar allí, sola, de ser la médico en muchos kilómetros a la redonda, de seguir
madurando y trabajando con todo lo aprendido en sus años de estudiante en la
Universidad Veracruzana, con todo lo que se ha conocido frente a sus pacientes.
Quiero agregar algo que puede aclarar mi
presencia aquí, frente a este otro libro: es de utilidad indudable para todo
tipo de lectores. El libro puede y debe leerse…»
Aquí me atrevo a decir… debe comprarse y
leerse, pensando en la muchas carencias que esos pequeños tienen y que el
dinero poco o mucho recabado con dicha venta será exclusivamente para paliar
las muchas necesidades que esos niños tienen.
En lo personal agradezco a Daniel Domínguez Cuenca,
a Jaime Velázquez, a Mariana Latapí y al grupo de AMANC (Asociación Mexicana
para Ayuda de los Niños con Cáncer). Muchas gracias a la Lic. Ana Lilia Saldaña
y al personal que labora en el Museo de Agustín Lara, a los medios de comunicación
que nos ayudaron con su difusión, pero sobre todo gracias, muchas gracias a las
personas que nos acompañaron y adquirieron el libro, que seguirá a la venta en
el Museo Agustín Lara, en el Albergue de Amanc, y en la Librería Acuario… si usted
que hoy me lee, lo adquiere, hágalo pensando en los pequeños, pero valerosos
pacientes y en sus mil necesidades a cubrir: ya que todo lo que de él se
obtenga, será para ellos. Muchas gracias.
Alicia Dorantes
El rincón de la abuela, Periódico Imagen de Veracruz, 26 de septiembre.
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