Panorámica de los años recientes, el artículo de Jorge Alberto
González (ver aquí, o en facebook.com/Jorge Alberto González o en facebook.com/
jorge glezz ), y lo que falta es la frase que se me ocurre a cada paso en esta
vida lenta y encerrada, o veloz y abierta, aquí o fuera de aquí. Lo que falta
es el presente, incluso el nombre, que ya incluye la palabra Facebook.
En tiempos en que los periódicos se ocupaban de algunas
aportaciones de artistas —cuadros, libros, obras— e intelectuales —los propios
colaboradores de los medios, profesores universitarios—, uno no pensaba en lo
que falta, tiempo y espacio, y el porvenir, porque funcionaba el correr la voz
y las fiestas culturales eran cosa privada, de pocos amigos. Lo sigue siendo.
Cámaras, todos tienen un celular e informan a la velocidad de la luz;
micrófonos: la memoria es selecta y conserva y va desvaneciendo rostros y
actos, lo que se dijo, lo que se oyó, o bien el gusto: me gusta, ya no me
gusta. No se echa de menos el texto que falta y se rinde homenaje a la imagen.
La vida privada se ha estado haciendo pública en Facebook
porque se adjuntan fotos familiares junto a otros asuntos de interés —compartir
la lectura de una revista inabarcable: ¿de dónde sale tanta información? (allí
estaba, pero fuera de nuestro alcance); lo que se comparte es el asombro
momentáneo, que suplimos al rato siguiente—, invitaciones que son desatendidas
porque ocurren en muy diversos sitios al mismo tiempo y sigue quedando fuera el
texto, incluso los nombres de los personajes del álbum de fotos. Gana la vieja
práctica: tratar la información como nota de sociales, los rostros que
estuvieron presentes, la fiesta sin fin, las conversaciones tipo café, o
lechero; todo y nada, lo del día con una canilla que es plataforma de la
todología, el pasado como una gota salpicada en la mesa.
El acto llamado cultural —lo es— y social, convocado por
el acto artístico, sigue siendo un regocijo que no nos perdemos, a veces con
retumbos de política. Ahora va acompañado de fotografías y videos, música para
acompañar la lectura. En el mundo Facebook todos somos reporteros. Un lugar por
lo pronto fuera del alcance de los periódicos, que siguen seleccionando,
jerarquizando.
Jorge Alberto González levanta el dedo índice y clama por
historiadores, ¿clama en el desierto? No. Se para en una realidad difícil de fijar.
Antes, el papel periódico (guardado en microfilm, espero, en el Archivo General
de la Nación) permitía la investigación, siempre tardía. La pantalla donde
Facebook nos ilumina va acumulando material que será irrecuperable para los
investigadores comunes, que vuelven a buscar a los testigos (dice Jorge
Alberto), como si acabara de pasar el hecho, como si la memoria retuviera pelos
y señales, como si no dijera una cosa por otra. Material que siempre fue más
que el incluido en los periódicos y se vuelve nada en la memoria infiel. PERIODISMO
Y CULTURA
Panorámica de los años recientes, el artículo de Jorge Alberto
González (ver aquí, o en facebook.com/Jorge Alberto González o en facebook.com/
jorge glezz ), y lo que falta es la frase que se me ocurre a cada paso en esta
vida lenta y encerrada, o veloz y abierta, aquí o fuera de aquí. Lo que falta
es el presente, incluso el nombre, que ya incluye la palabra Facebook.
En tiempos en que los periódicos se ocupaban de algunas
aportaciones de artistas —cuadros, libros, obras— e intelectuales —los propios
colaboradores de los medios, profesores universitarios—, uno no pensaba en lo
que falta, tiempo y espacio, y el porvenir, porque funcionaba el correr la voz
y las fiestas culturales eran cosa privada, de pocos amigos. Lo sigue siendo.
Cámaras, todos tienen un celular e informan a la velocidad de la luz;
micrófonos: la memoria es selecta y conserva y va desvaneciendo rostros y
actos, lo que se dijo, lo que se oyó, o bien el gusto: me gusta, ya no me
gusta. No se echa de menos el texto que falta y se rinde homenaje a la imagen.
La vida privada se ha estado haciendo pública en Facebook
porque se adjuntan fotos familiares junto a otros asuntos de interés —compartir
la lectura de una revista inabarcable: ¿de dónde sale tanta información? (allí
estaba, pero fuera de nuestro alcance); lo que se comparte es el asombro
momentáneo, que suplimos al rato siguiente—, invitaciones que son desatendidas
porque ocurren en muy diversos sitios al mismo tiempo y sigue quedando fuera el
texto, incluso los nombres de los personajes del álbum de fotos. Gana la vieja
práctica: tratar la información como nota de sociales, los rostros que
estuvieron presentes, la fiesta sin fin, las conversaciones tipo café, o
lechero; todo y nada, lo del día con una canilla que es plataforma de la
todología, el pasado como una gota salpicada en la mesa.
El acto llamado cultural —lo es— y social, convocado por
el acto artístico, sigue siendo un regocijo que no nos perdemos, a veces con
retumbos de política. Ahora va acompañado de fotografías y videos, música para
acompañar la lectura. En el mundo Facebook todos somos reporteros. Un lugar por
lo pronto fuera del alcance de los periódicos, que siguen seleccionando,
jerarquizando.
Jorge Alberto González levanta el dedo índice y clama por
historiadores, ¿clama en el desierto? No. Se para en una realidad difícil de fijar.
Antes, el papel periódico (guardado en microfilm, espero, en el Archivo General
de la Nación) permitía la investigación, siempre tardía. La pantalla donde
Facebook nos ilumina va acumulando material que será irrecuperable para los
investigadores comunes, que vuelven a buscar a los testigos (dice Jorge
Alberto), como si acabara de pasar el hecho, como si la memoria retuviera pelos
y señales, como si no dijera una cosa por otra. Material que siempre fue más
que el incluido en los periódicos y se vuelve nada en la memoria infiel.
En poco más de dos meses que he andado en Facebook para
compartir lo que algunos artistas ofrecen como noticia importante, en espera de
testigos redactores, tengo un piadoso recuerdo del teléfono y sus limitaciones,
que no lo parecían, y tengo un gran susto por el futuro que se acerca a gran
velocidad, como un tren bala. Me sorprende la prisa con que los celulares hacen
posible una respuesta: me gusta, que nunca tuvo el teléfono porque había que
caminar hasta el sitio donde estaba llamándonos.
Mi felicidad es
gigantesca cuando accedo a varios periódicos al día, de varios países, en
segundos, que antes de esta época parecían un museo en el que nada pasaba más
que los turistas y para los asuntos que los periódicos consideraban de interés
general. Y lo que más busco en esos periódicos extranjeros y leo es la opinión
de los lectores, nuevos periodistas que, tímidos todavía, se esconden tras un
seudónimo, como quien quiere recuperar la apacible privacidad del teléfono de
pared. ¿Y el teletipo, el telex, el fax? No creo que pronto nos vayamos a
preguntar: ¿y Facebook?
En poco más de dos meses que he andado en Facebook para
compartir lo que algunos artistas ofrecen como noticia importante, en espera de
testigos redactores, tengo un piadoso recuerdo del teléfono y sus limitaciones,
que no lo parecían, y tengo un gran susto por el futuro que se acerca a gran
velocidad, como un tren bala. Me sorprende la prisa con que los celulares hacen
posible una respuesta: me gusta, que nunca tuvo el teléfono porque había que
caminar hasta el sitio donde estaba llamándonos.
Mi felicidad es
gigantesca cuando accedo a varios periódicos al día, de varios países, en
segundos, que antes de esta época parecían un museo en el que nada pasaba más
que los turistas y para los asuntos que los periódicos consideraban de interés
general. Y lo que más busco en esos periódicos extranjeros y leo es la opinión
de los lectores, nuevos periodistas que, tímidos todavía, se esconden tras un
seudónimo, como quien quiere recuperar la apacible privacidad del teléfono de
pared. ¿Y el teletipo, el telex, el fax? No creo que pronto nos vayamos a
preguntar: ¿y Facebook?
No hay comentarios:
Publicar un comentario