Quizás las opiniones de Andrés Hax sean útiles para quienes gustan leer notas
breves en periódicos. La sabiduría volcada en unas líneas escritas casi sin
respirar, exprimiendo la memoria, mostrando mundo y lecturas.
En el artículo “El
fraude de los talleres literarios” (Clarín, 7 de marzo), Hax se pasa de lanza,
o de rosca, como la escribió Juan Marsé. Interesado en el tema, podría escribir
un libro de más de cien páginas. Sería inútil. Igual que escribir a favor o en
contra de premios y concursos literarios. Ya todo está dicho y no cuesta nada
repetir algo en los periódicos, aunque también parezca un fraude.
Exhibe a Hanif Kureishi
y a la Iowa Writers Workshop (IWW), “cuya matrícula —dice Hax— cuesta unos 40
mil dólares (por dos años). Lo de Kureishi lo toma de una nota periodística
reciente sobre un festival en Bath, Inglaterra, donde el novelista dijo que
“las cátedras de escritura creativa no sirven para nada”. Y lo califica de
hipócrita porque es profesor de lo mismo en la Universidad de Kingston, con un
costo por alumno de entre 10 mil y 20 mil dólares, si el solicitante procede de
la Unión Europea, si es extranjero, si el curso dura un año o dos.
La mención del programa
de la IWW le permite aportar un dato: en 1936 fue fundada “la más prestigiosa
escuela de escritura creativa y el modelo de los talleres literarios como se
practica mayormente hoy”. Sí, la gente de EU siempre sabe hacer buenos
negocios.
Nada más queda por
agregar que no puede ser entendida como un fraude. Serviría de algo mencionar
algo de lo que ha pasado en México. El Centro Mexicano de Escritores (CME) cerró
en 2006, según apuntó José Manuel Recillas, ver http://jmrecillas.blogspot.mx/2006/04/sobre-la-desaparicin-del-centro.html . Funcionaba como
taller literario. Yo vi a Carlos Montemayor descansar mientras los becarios
trataban de entender qué hacían los demás; por ejemplo, un poeta tenía que
opinar sobre dramaturgia. Y así. Entró al quite Porfirio Martínez Peñalosa, por
lo que Montemayor pudo descansar más, acariciando su pipa.
El Instituto Nacional
de Bellas Artes proporcionaba a sus becarios sesiones con un tutor de
prestigio. Otra historia de desengaños, que no fraudes. A partir de los años
setenta, los talleres literarios amparados por institutos de cultura se fueron
extendiendo. Uno de los más recientes es el que ha ofrecido una Fundación no
gubernamental que lleva el nombre de Octavio Paz. Otros preocupados por la
producción literaria son quienes administran la Sociedad General de Escritores
de México, que a su giro principal, de tipo sindical, abrió una escuela de
escritores que ha cumplido veinticinco años de actividad. Y ha habido otras
modalidades, como la de Caza de Letras, patrocinado por la UNAM, que era al
mismo tiempo taller por Internet y concurso.
En la actualidad podemos
decir, en honor de la brevedad, que los talleres literarios han sido útiles de
muchas formas. Que la trayectoria profesional de cada ex tallerista (hubo
becarios de nombre Rulfo o Sabines o Bonifaz Nuño en el CME) requeriría otro
centro, otra escuela, otros concursos y mil ceremonias para repartir
distinciones, Nobel incluido, cursos para saber cómo proponer candidatos a este
premio. Una de las materias a tratar sería cómo convencer a un Gigante Editor
Transnacional para que lea los textos que le mandan cientos de desconocidos.
Por algo han prosperado las editoras independientes en todo el mundo. Como sea,
no se trata de un fraude.
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