Luis G. Urbina murió en España en noviembre de 1934 y en diciembre de ese año el ataúd con su cadáver llegó al puerto de Veracruz, donde la gente lo recibió con entusiasmo, menos entusiasta que el tributado a Amado Nervo en 1919. (Ver remembranza aquí, entrada anterior.) Durante el traslado por ferrocarril Urbina también fue objeto de alabanzas. Y también fue enterrado en la Rotonda de las Personas Ilustres, en la ciudad de México.
Me pregunto por qué han disminuido las manifestaciones de duelo público en México. En la despedida fúnebre a Carlos Fuentes se impidió el paso de la gente a la ceremonia que fue todo lo envarada que guste y mande el lector. Y, lo peor, ¿por qué el porcentaje de fama define la atención y el ceremonial organizados por los gobiernos mexicanos?
No hay comentarios:
Publicar un comentario