La importancia de citar o
concitarnos para hacer alusión a la obra de José Emilio Pacheco no puede ni
debe ser para recordarlo, sino para dar constancia de la vida diaria, ese estar
en el presente, tiempo de fugas, andantes y arpegios, tras lides campales en el
desierto.
José Emilio poseyó la
sensibilidad de desmenuzar lo cotidiano a guisa de recuperar lo efímero pero
simultáneamente sustancial para la existencia humana: VIVIR.
Así
sin sentencia maniqueas, sus personajes en la narrativa se desenvuelvan como
son, personas en concordancia con su tipología y circunstancia.
El
mérito en su prosa consiste en esa aparente trivialidad de hombres y mujeres,
provisto de un entorno de sosegado destino, pero no desprovistos de sórdidas
sorpresas, tal vez por ello la trascendencia de Mariana, Mariana, convalidada
por la eterna adoración, subconsciente ingrávido del amor o primer
deslumbramiento físico por medio de los clásicos Carlitos.
Pero
el encuentro de José Emilio con la palabra va más allá del relato y por ello me
permito un párrafo de Umberto Eco de su libro En búsqueda de la lengua perfecta, apropiado para connotar los
significados de su vasta comunicación:
“Una
lengua natural no se basa en una sintaxis y en semántica. Se basa también en
una pragmática, es decir se basa en una reglas de uso, que se ocupan de
analizar, las circunstancias y los contextos de emisión, y esas mismas reglas
de uso establecen la posibilidad de los usos retóricos de la lengua, gracias a
los cuales palabras y construcciones sintácticas pueden adquirir significados
múltiples, como sucede por ejemplo con las metáforas.
E hilvano con ello uno de
sus más hermosos poemas, escrito en la edad de las tinieblas, cuya construcción
sintáctica hace alusión a significados múltiples, como pueden ser el de logros
y declives de las grandes civilizaciones o pensadores, o la reflexión de un día
más en nuestro existir:
Hace milagros este amanecer. Inscribe en
su página de luz en el cuaderno oscuro de la noche. Anula nuestra desesperanza,
nos absuelve de nuestra locura, comprueba que el mundo no se disolvió en las
tinieblas como hemos temido a partir de aquella tarde en que, desde la caverna
de la prehistoria, observamos por vez primera el crepúsculo.
Ayer no resucita. Lo que hay atrás no
cuenta. Lo que vivimos ya no está. El amanecer nos entrega la primera hora y el
primer ahora de otra vida. Lo púnico de verdad nuestro es el día que comienza.”
Milagro es vivir, la
oscuridad y la noche se asocian a sucesos turbios, qué realmente nos absuelve
de la locura, y detrás de la tinieblas… cuántas metáforas para dirimir o
disfrutar en un poema… y sobre todo recuperamos la constante en Pacheco: la
importancia del hoy, concatenado probablemente a una dualidad novelística, en
la sentencia de Elena Garro: recuerdos del porvenir.
Pacheco
es un escritor cuyos significados son múltiples por su agudeza y aparente
sencillez gráfica, y me vuelvo a remitir a Eco, quien nos asevera: “una lengua
natural pretende ser omninefable, es decir capaz de dar cuenta de toda nuestra
experiencia, física y mental, y capaz de poder expresar percepciones,
abstracciones, hasta llegar a la pregunta de por qué existe el Ser y no la Nada”.
José
Emilio Pacheco, el poeta de la dialéctica de la rotación, de las pesquisas de
los días y las noches, de la diatriba entre el ayer y el hoy, sólo puede
apreciarse en el verso, en la traducción , en el cuento de la obnubilación de Cronos
como panacea de lo concluido, de lo resuelto, tal como lo escribió en su “Contraelegía”:
Mi único tema
es lo que ya no está…
y mi obsesión
se llama lo perdido
Mi punzante estribillo
es más nunca
y sin embargo amo
Este cambio perpetuo
este variar, segundo tras segundo
porque sin él lo que
llamo
lo que llamo vida… sería
piedra…
Texto leído ayer, 5 de febrero, en el Teatro Clavijero, de la Ciudad de Veracruz, durante el homenaje a José Emilio Pacheco que le rindió el H. Ayuntamiento de Veracruz. También participaron Beatriz Melo, Josué Martínez, Jaime Velázquez y Jorge Alberto González.
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