Pedro
Vallín (La Vanguardia, 13 de enero) escribió
sobre Josep Pla, narrador (1897-1981), a propósito de la nueva edición de Viaje a pie (1949) en Ediciones 98 por
Jesús Blázquez.
Vallín nos dice que en Viaje a pie “se
describen paisajes, paisanajes, yantares y circunstancias” y un “escrutinio de
virtudes y miserias” de gente del campo (el payés). Y cita a Pla: “El payés es
siempre igual a sí mismo, lo mismo cuando tiene el arado en la mano que cuando
habla con su mujer; lo mismo cuando está en el mercado que cuando está
trillando. El payés lo enjuicia todo como payés (...) El payés es un obseso”.
Y reproduzco este
fragmento de la nota porque se relaciona con lo que aquí opinamos de una periodista española (Bárbara Álvarez Plá) en Buenos Aires (ver entrada del 20 enero). Escribe
Vallín y le da la palabra a Pla:
“La centralidad del asunto es obvia
para un país en el que la pregunta sobre la identidad colectiva es un
entretenimiento en permanente vaivén. Habla el Pla de 1949:
‘En Barcelona viven cuatrocientas mil personas cuyos bisabuelos, cuyos abuelos
fueron payeses. Ello hace que la manera general de ser del país se encuentre
afectada por esa ascendencia indubitable’."
Y agrega Vallín: “Se trata de una
minuciosa descripción del agro, cuya harapienta idiosincrasia es haber
conservado artes, mañas, haberes y humores medievales hasta bien entrado el
siglo XX”.
Pla: "Los pueblos pequeños viven
en un estado de abandono inenarrable, insondable, abrumador. Por ellos pasan
los decenios, los siglos, y están como el primer día. Atraviesan momentos de
pobreza y momentos de prosperidad (…) Y las cosas permanecen siempre igual: la
misma suciedad, el mismo abandono, idéntico gusto por vivir en la decrepitud
desagradable y siniestra".
Vallín lee a Pla, quien “alaba con
entusiasmo que algunos payeses vayan haciéndose —poco a poco, hablamos de los
años cuarenta— con la propiedad de masías cuyos dueños ya hacen su vida toda en
la ciudad”.
Y Vallín llega al punto que nos
interesa:
Pla “atisba ahí un silogismo circular y
ominoso, que atañe al universal
humano todo, sea rural o urbano, pretérito o contemporáneo, referido a
cuantos desconfían y se consumen con certezas fantásticas sobre lo latente
antes que mirar con atención lo patente: la desconfianza es hija evidente de la
ignorancia, pero también su madre fecunda”.
La gente que vive en
las grandes ciudades salió de pueblos pequeños “que viven en un estado de
abandono inenarrable, insondable, abrumador. Por ellos pasan los decenios, los
siglos, y están como el primer día”, dice Pla. Por eso, en México, decir de alguien que
es un provinciano es ofensivo. Me pregunto, ¿cuándo se quita lo provinciano?
Nunca. O quizás en la segunda generación, si vemos a los hijos de los mexicanos
que han ido a asentarse a Estados Unidos, quienes han perdido una buena parte de cultura y habla.
Entonces es inevitable pensar que en ciudades medianas no hay tal “provincianismo”
sino culturas diferentes. Uno es el mejor de su casa y en la calle lo
atropellan. Uno puede ser uno de los peores cuando se ve rodeado por otras
personas en la calle. Y en vez de regresar a su casa a vivir “a cuerpo de rey” va
en ambulancia a un hospital.
La periodista de Gijón
en Buenos Aires no ha entendido, a pesar de los siete años que lleva residiendo
allí, cómo admirar una ciudad, con todos sus ruidos y demás atropellos.
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