Tengo muy poco que decir de las maneras que usan los
políticos españoles cuando discuten y el año pasado, al ver a don Rajoy
dirigirse al presidente de Gobierno, Rodríguez Zapatero, recordaba una película
sobre Dantón, en tiempos de la Revolución Francesa. Entonces Robespierre me
pareció el mejor ejemplo de quien intriga sin dudar, de quien ejerce el mando
seguro de que la eternidad le va a perdonar la vida. Pero Danton era apasionado
y Robespierre, discreto. No pasé de allí, pensé que a don Rajoy debían mandarlo
a un curso de buenas maneras, que un Presidente no debía permitir que le
hablaran como lo hacía el líder de un partido opositor. Hasta allí, no traté de
entender sobre qué discutían y quién tenía razón. Quizás los modos de don Rajoy
eran los de un candidato en campaña. Luego fueron adelantadas las elecciones en
España y ganó el partido de ese personaje que yo tenía por desagradable. Pensé
en lo extraño que era que los modales de don Rajoy fueran merecedores del voto
de los ciudadanos. Y llegó enero y me dije que la solución para mí era no poner
atención a los segundos que duraran las noticias donde se hablara del nuevo
presidente.
Lo que
siguió fue el temor de que hubiera cambios en el noticiero que yo veo, el de
Televisión Española Internacional, que me permitía no disgustarme por la
información transmitida en los canales mexicanos, de escaso profesionalismo.
Pasaron los primeros meses sin modificaciones y luego volvió mi preocupación,
la televisión pública de España tendría menos dinero, pensé que cortarían
programas como el de Españoles en el Mundo, que debe ser caro producir, que
dejarían de invertir en películas. Me parecía que lo importante era que no se
redujera la calidad del noticiero, que yo podía ver a cualquier hora por
Internet.
Y llegó
julio. Había visto las protestas en Grecia, las dificultades para tener un
gobierno equilibrado, el dinero que se mandaba a aquel país, el riesgo de que
dejara de estar en la Unión Europea. Y sí, llegó julio. Ahora los indignados de
mayo de 2011 eran actrices y actores de teatro y cine, así como autores y
directores de teatro y cine, pintores, editores, bueno, todo mundo había salido
a protestar a la calle, que es cuando se nota el abismo que hay entre los
gobernantes y los gobernados. Ayer (21 de julio) las imágenes de televisión
mostraban a miles de personas con los brazos en alto, gente que de seguro tiene
nombre y familia. En otros minutos, don Rajoy decía a los reporteros, que lo
rodearon con micrófonos y grabadoras, que sus decisiones no las estaba eligiendo
entre buenas y malas, sino entre malas y más malas. Entonces me pareció que era
un griego (alguien muy distante y con problemas muy particulares) y un político
con un lenguaje muy pobre.
Recordé
la derrota de Nicolás Sarkozy, las primeras decisiones de François Hollande, la
nueva ubicación de doña Merkel, la misma pero ahora era notorio que no estaba
rodeada de gente importante, conocedora y justa, sino del lado derecho de un
lugar anacrónico, de gente sin nombre, que me recordaba el auditorio donde
Danton (interpretado por Gérard Depardieu) trataba de hacerse oír y entender
por los asistentes, todavía poco civilizados en estas prácticas, los fundadores
de algo que hoy entendemos como una profesión.
Entre los estremecimientos
que está padeciendo Europa pude ver el funcionamiento de una maquinaria que
vale la pena modernizar y traer al presente. ¿Cómo se comunican los votantes
con los gobernantes en situaciones de emergencia? No se trata del reclamo por
un recibo de impuestos con algún error. Hay votantes en las calles (de seguro
quienes no votaron por don Rajoy) cuyas reclamaciones son recogidas por
reporteros y redactadas de manera que quepan en los espacios limitados de
periódicos y noticieros. Y hay gobernantes que convierten las miles de voces en
una sola: la inconformidad social o alguna frase parecida que se encuentre uno,
y responden. Los gobernantes hablan mucho de sus decisiones pero sus palabras también
son resumidas para que quepan junto a las de miles de ciudadanos.
La
cuestión viaja con toda simplicidad: subir o no subir impuestos. Y los cálculos
más intrincados de los economistas quedan reducidos a la elección de dos
palabras: lo malo y lo peor. Si de eso se trata, los que votaron por don Rajoy
no dudarán en elegir el lado de “lo malo”, el líder no puede estar equivocado,
y quizá no se pregunten cómo fue que desapareció “lo bueno” en la ecuación que
se les propone.
Los
gobernantes, atrincherados en la crisis, dicen que la salvación puede llegar de
Alemania, o de la banca europea, que puede disponer de más dinero para ayudar y
luego quedarse para vigilar que le paguen.
Creo que
entre todos los protagonistas los economistas son los que deberían hablar, de
sus palabras saldría la verdad: calcularon y no les hicieron caso o se
equivocaron. Además, la política económica de Hollande está en alguno de los
extremos “malo” y “más malo”.
¿Cuántos
economistas elaboran los reportes que se le entregan a los gobernantes para que
tomen decisiones que conviertan en declaraciones? Si la economía es una
ciencia, ¿cómo es que se vuelve de derecha o de izquierda? Las miles de
personas en las calles defienden lo que es una síntesis de la cuestión: No al
alza de los impuestos y de paso puede ser que agreguen peticiones
comprensibles. La calle queda muy lejos de Bélgica, de Alemania, de Grecia. Y
no se diga lejos de Estados Unidos. Los economistas contratados por los
gobernantes tienen disponibles todo tipo de datos, de países, de instituciones,
de empresas, de bolsas donde se juega la fortuna, de arriba, de abajo. ¿Qué
tiene disponible el ciudadano para comprobar su protesta? Nada. Notas de
periódico, pocas opiniones de catedráticos e investigadores universitarios.
Entonces
hay una primera tarea que exigir a los gobernantes: la publicación de los
reportes completos, la disponibilidad de la información que sustenta los
reportes. Los gobernantes no tienen tiempo de hacer tareas de oficina, están
para dar entrevistas, para dar discursos, para atender a invitados y posar para
la fotografía, para viajar, incluso para ir al futbol, quizás tengan tiempo de
desayunar con una sinopsis de las noticias importantes. Y de tarde en tarde
firman papeles. No le pidamos peras al olmo. Una sociedad informada no
protesta, a menos que no se la tome en cuenta. En la sociedad democrática hace
falta que los gobernantes acepten su papel de administradores y que dejen de
sentirse más de lo que son, coordinadores de voceros y voceros ellos mismos.
Por lo
pronto se puede hacer una comparación, así sea superficial (sin datos) Hollande
contra Merkel, y para ello necesitamos conocer los verdaderos motivos detrás de
los discursos. Inglaterra no ingresó a la Unión Europea, ¿fue una buena
decisión?
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