Ahí
estabas... ¡grandiosa!,
venían a
mí, el abrazo
de tus olas,
recorrías mi
cuerpo,
ahí, ¡sola!...
¡Te llamé!,
acudías
silenciosa y
arrullante,
tu sonido
provocaba
recostarse
en la orilla
de un camino
de enamorados,
y de
pensantes solitarios.
No podía dejar
de contemplarte.
Tu espuma
formaba
vestidos de encaje
a quien
dormía,
a las
sirenas que cantaban,
gritaban y
lloraban, en los peñascos
mágicos de
la tierra.
Tuve un
deseo,
y aun cuando
me vestías de encajes
te pedí un
regalo.
Cubriste mi
cuerpo
de blancas
perlas burbujeantes,
me senté a
la orilla,
y en
instantes me obsequiaste
cobijo de
perlas,
y desde el
horizonte vinieron a mí
estrellas
que habitan en las profundidades
y con
diminutas perlas
formé un
collar
que
en épocas del soledad
coloco en mi
cuerpo,
para cerrar
sutilmente, mis ojos
y escucharte.
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