Fue reconocida la originalidad. Loreen ganó al superar en cien puntos al segundo lugar, en Bakú, capital de Azerbaiyán. Acompañó su voz con movimientos impensados. Además, vimos un país que, ¡caramba!, es un tesoro turístico. Esta sí es una campaña para atraer visitantes. El auditorio, Cristal de Bakú, fue construido en siete meses y funcionó con puntualidad. Incluso la transmisión, que coordinó al final a locutores de los 42 países participantes (una sucesión de información de la votación en una hora: un ejemplo a seguir, que se pueden dar resultados inmediatos).
La forma de concurso no es la mejor para lo que debería ser una Muestra. Hubo cantantes de la tercera edad que fueron castigados (al recibir pocos puntos) y en los que se desperdiciaron puntos (una exhibición de jóvenes, al recibir apoyo ¿por pena?).
Otro aspecto que cuidar, el idioma. Muchos participantes sacrificaron las peculiaridades de sus lenguas para cantar en inglés, con lo que se obtiene una mediocridad expresiva. La seleccionada española cantó en español, lo que es de agradecer, que ya bastante bronca debe causar en España (ver el rechazo que causó en un partido de futbol, días antes, el que se tocara un himno, que no es el único en ese país).
Junto a la austeridad de Suecia o España, la delegación francesa se equivocó al presentar ejercicios olímpicos acompañando a una cantante de rasgos orientales. Eso fue algo notable: va ganando la globalización, que quiere decir la multiplicidad cultural hace aportaciones valiosas a las naciones, el origen mismo de la ganadora. Algo se pierde en el proceso. En el extremo, los turcos, con sonidos autóctonos en exceso, otros puntos perdidos, que podían haber sido para algunos competidores que merecieron estar más cerca del primer lugar.
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