MINICRÓNICA DE GABRIEL FUSTER Mañana del 1 de febrero. Mi intención era leer sólo para mí, sin darle importancia a los bostezos que hubiera, porque lo que llevaba preparado no era apropiado para un público sentado al aire libre. Mientras, empezaron las corretizas a los toros a pocos metros, el trapicheo de los puestos, el ir y venir de gente. La lectura fue en el Museo Agustín Lara, que se halla albergando la obra de mi pariente, el pintor Alberto Fuster, en una sala especial. Por ello mi texto está relacionado con él, cerrando mi circuito. Y además, era consciente de que sería abruptamente interrumpido apenas se cumpliera el tiempo de exposición, que era de veinte minutos por participante. Nomás que medidos con diferentes relojes. Agustín del Moral (sentado a mi izquierda) leyó partes de su novela, editada por la UV y Ficticia, y las personas sentadas a mi derecha hicieron un mano a mano entre décimas y chismes de pasados encuentros y hábilmente aumentaron sus respectivos veinte minutos, convirtiéndolos en el verdadero show de la tarde. Los toros preguntaron si había algún premio Nobel entre los concurrentes. |
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