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¿Qué grado cursaba en aquel entonces? Tercero de primaria, me parece. Estaba en una escuela particular, de las baratas; las instalaciones eran de una casa como cualquier otra, que con adaptaciones burdas convertían los antiguos cuartos en estrechos salones, mientras que el patio pequeño apenas daba espacio a tristes esbozos de juegos, carteles en las paredes mostraban las órdenes de la inquisición: No grites, no empujes, no corras. ¿Qué es el recreo si no el momento de gritar, correr y empujar? Apenas podíamos jugar a las “estrais” aprovechando la mirada gorda de los profesores y la media hora pasaba en un parpadeo. Empezaba cuando uno de los jugadores, por motivos no definidos, contraía una feliz enfermedad, posiblemente cogida al respirar una espora que viaja en el aire de los patios escolares y parques donde hay pulmones de niños. De llegar a descubrirte cundido de esta enfermedad, debías pasarla a otro antes de que fuera demasiado tarde, la única manera conocida de deshacerte del virus era tocando a otro al tiempo que gritabas con el poco aliento que te deja una carrera: “¡tú la traes!”
Cuando “yo la traía”, buscaba pasarle la enfermedad a Tania. Necesitaba compartir con ella cualquier cosa, incluso la epidemia que se erradicaba de golpe al momento de escuchar el timbrazo que nos regresaba a los salones. Ahora lo reconozco con más facilidad que entonces, estaba totalmente enamorado de aquella niña. Un día perdí mi lápiz y Tania me regaló uno que era pequeño de tantas veces que se le había sacado punta, su goma estaba casi intacta. Estoy seguro que casi era perfecta, casi no borraba, además no estaba mordida ni mucho menos, era encantadora. Ese lápiz lo guardaba en un cajón junto a mi cama con el celo que amerita el resguardo de un tesoro. Ese lápiz era, tal vez, una prueba tangible de amor.
Tania, al igual que todos mis compañeros del salón, vivía en la colonia donde estaba la escuela: Villa de las Flores. Yo era el único extranjero que venía desde Bosques del Valle, la colonia vecina. Diario hacia un viaje de media hora más o menos, en ocasiones sólo con mi hermana un año mayor que yo. Eso, pienso, me daba un estatus de hombre de aventuras, el intrépido que viene en camión, a veces sin sus papás; por eso creo que Tania se llegó a fijar en mí, y yo me fijaba en ella. Cómo no iba a hacerlo si era la más bonita, morena de ojos grandes, más alta que yo, peinada con una trenza, o dos, que se unían en la nuca o muchas con liguitas de colores. Mis padres y mi hermana me molestaban diciendo que mi novia tenía unos dientotes como de ratón, tal vez tenían razón, sus dos dientes delanteros eran grandes como dos pastillas Clorets. Para mi gusto, esos dientes le quedaban perfectos, eso quería decirle a mis padres, sin embargo sólo atinaba a decir: No es mi novia, no me gusta, no me gusta y no me gusta. Tantas veces dije esa mentira, siempre me dolió decirla.
Sentarse por numero de lista no era buena idea. Tania quedaba a mi izquierda, como a tres filas, junto a la pared azul cielo atravesada por cuarteaduras. A mi derecha estaba la ventana, entonces no tenía un pretexto para poder voltear a verla cuando quisiera. En ocasiones fingía que pensaba y de reojo distinguía cómo encerraba con el lado rojo de su bicolor o se quitaba el suéter azul marino, y si tenía suerte, alcanzaba a ver sus dos dientotes al aire que anunciaban que la plática con Ivonne era divertida. Esas risas fascinantes, después de disfrutarlas, me llegaban a preocupar, ojalá no se rían de mi, pensaba.
Una mañana, que debió ser de lunes (pues un montón de moños blancos estaban posados como mariposas en la cabeza de las niñas), la mis Ivete, como solíamos llamar a la maestra, nos formó en equipos. La decepción de no haber quedado en el equipo de Tania se me fue al descubrir que terminó sentándose justo en el camino entre mis ojos y el pizarrón verde. Ahora podía verla cuanto quisiera, sin el riesgo de que Jaime, ese chaparro narizón con el pelo de borrego, llegara a notar algo y me molestara toda la mañana. Medio hacía lo que fuera que la maestra nos había encargado, cuando de tanto verla me llegó la inspiración, la iluminación. De momento y sin razón aparente, recordé la escena de la película vista tiempo atrás y me formulé la pregunta que me había hecho entonces: ¿Si me encuentro en un submarino y debo llegar por motivos de vida o muerte a una base en el fondo del océano y tengo sólo un traje de buzo, podríamos dos personas llegar sin riesgo de que alguno muriera?... Para poder responder bien la interrogante, sería mejor reestructurarla, quedaría mejor así: ¿Si nos encontramos Tania y yo en un submarino y debemos llegar por motivos de vida o muerte a una base en el fondo del océano y tenemos sólo un traje de buzo, podríamos llegar sin riesgo de que alguno muriera? La respuesta era sí, definitivamente sí. Me consideré un genio porque había encontrado una respuesta infalible ante un problema que parecía no tener solución, y mi respuesta era más que genial. Llegue a la conclusión que el traje de buzo era innecesario, en ese momento podría haber gritado ¡Eureka!, de haber sabido que eso se grita cuando descubres una solución sencilla a un gran problema. En su lugar una gran sonrisa se dibujó en mi cara, sonrisa que oculté cuando sentí la mirada del Jaime.
Dejé de ver a Tania pues por un momento fue más importante el lado científico de mi descubrimiento. En mi mente repasaba el plan: de estar con Tania en el submarino, en aquellas condiciones infortunadas, lo primero, me dije, sería olvidarnos del traje de buzo, la verdadera solución era juntarnos los dos, frente a frente, que uno jalara una grande bocanada de aire, juntar nuestras bocas con las caras un poco de lado de modo que no chocaran las narices y aventarnos al agua. El viaje sería más lento pero el método estaba garantizado. El exhalar de uno seria el inhalar del otro, uno vacía su pulmón para llenar el del otro; coordinación es lo único que se requería, tal vez mentalmente llevar el ritmo; inhalo, exhalo, inhalo, exhalo, uno, dos, uno, dos. Con este plan se llega a la base, a la superficie o a China, con la boca bien pegadita y evitando que escape el aire. No hay manera de fracasar.
Teniendo la mente ocupada en la genialidad de mi plan, no había caído en cuenta de lo que implicaba ese método infalible de supervivencia. Fingí que veía hacia el pizarrón, esperé a que Jonathan se quitara del camino y volví a ver a Tania, que estaba más linda que nunca con una cola de caballo y la mariposa en la cabeza. Recortaba con unas tijeras rosas y gordas diferentes a las de cualquiera. De repente, imprevisto como los accidentes, una risa y dos dientotes, comprendí que mi plan poseía algo más. Fue la primera ocasión en que reconocí ante mí mismo que quería pegar mis labios incipientes en los de la niña más bonita del salón y tal vez del mundo conocido, ¿Ese par de dientes serian un estorbo?... No creo, sospechaba que no tendrían el sabor menta de los Clorets, pero tal vez si del Frutsi de uva o paleta de manita. Fue entonces cuando el plan infalible se convirtió en el deseo más profundo y constante de mi vida. Ojalá que en uno de estos días, gracias al destino o a la suerte, me encuentre solo con Tania en un submarino averiado y por razones de vida o muerte tengamos que llegar a una base en el fondo del océano. Seguramente Tania iría al compartimento donde estaban los trajes de buzo, esos blancos de casco que no es posible compartir y regresaría alarmada pues solo encontraría uno. ¿Qué hacemos?, diría yo con calma; fingiría que aun no tengo la solución, ya que si lo decía luego luego, ella podría pensar que mi deseo era darle un beso, así que sugeriría que ella se pusiera el traje; quedaré como valiente, ella seguramente me diría lo que dijo la protagonista de la película: “Tú eres más fuerte, ponte el traje, nada con fuerza y allá me reviven”. Yo fingiría angustia, preocupación y hasta después de un rato con mi mejor actuación diría que acabo de encontrar la única solución.
Tengo una idea, le diré que no puede fallar; ¿cuál es?, preguntara y yo en tono serio le explicaré lo de las bocas, como es cosa de vida o muerte no pensará que en realidad quiero darle un beso. Comentaré lo importante de practicar un poco para estar bien coordinados, y después, fundidos en un abrazo tibio, un salto al agua, ¡squash!, lentos y seguros llegaríamos a la base, entraríamos por un agujero en el suelo y no importa quién esté allí, no importa si es Jaime o Ivonne o Manuel o mis papás, nadie me podrá hacer burla y decirme que me gusta Tania porque aquello no fue un beso, fue la única manera posible de sobrevivir, habré salvado a Tania, que seguramente se enamoraría para siempre de mí. Habría saboreado el Frutsi de uva de su boca y nadie me haría burla, es perfecto, ¡ojalá sucediera!
A partir de ese día, lo del submarino era un sueño recurrente, sin embargo poco probable, por lo que empecé a construir escenarios razonables donde mi plan pudiera aplicarse. “Ojala que haya una inundación en horario de clases y terminemos todos en el techo, un helicóptero rescata a un puñado de gente y luego a otro. En uno de los viajes del ir y venir el helicóptero se avería por lo que no puede regresar por los dos últimos: Tania y yo. Lejos y seguros, todos: los del salón, la mis Ivete, mis papás, los papás de Tania, esperan inquietos que aparezcamos, hasta que de improviso y gracias a mí, surgimos de entre las aguas revueltas, sanos y salvos. ¿Cuántas tardes se me fueron planeando el rescate?
Algún tiempo después ya había en mi mente un sinfín de variantes en las que yo aplicaba el heroico salvamento. Ya había imaginado una excursión a Veracruz donde todo salía mal, o mejor dicho, todo salía bien y terminaba rescatando a la niña de mis sueños, también una caída de avión en el mar, hasta una escena en que unos roba-chicos, como solía nombrar a lo que hoy definiría como secuestradores, entran a una fiesta en una alberca buscando a Tania, yo con mi plan inmejorable me iba al fondo con ella por tanto tiempo que los malhechores concluyen que la niña escapó del lugar y optan por irse contrariados. Siempre lograba ser héroe, alcanzar el amor de la princesa, un abrazo con beso y ninguna burla. Soy un genio, pero, pasaba el tiempo y nada de lo planeado parecía suceder.
CONTINUARÁ
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