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lunes, 23 de enero de 2012

RESPIRACIÓN BAJO MAR / LUIS GERARDO PULIDO

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Vi aquella película una tarde que pudo ser cualquiera, estaba tumbado junto a mi padre en el sillón azul, era áspero, de esos franqueados por abismos estrechos e infinitos donde es posible encontrar cualquier cosa (un pasador, un secreto, migajas de pan, algunas monedas), excepto lo que estás buscando. Pero en fin, no quiero perderme en los caminos intrincados de la memoria, así que me concentraré en aquella película enigmática de la cual no recuerdo más que una escena. En un submarino averiado en las profundidades, un hombre y una mujer (únicos tripulantes del pez metálico), debían llegar por razones de vida o muerte a una base científica ubicada en el fondo océanico, tarea nada sencilla pues infortunadamente solo había un traje de buzo. No era de aquellos que tienen una toma de aire que se podía intercambiar, turnándose ambos la posibilidad de tomar una bocanada del oxigeno vital hasta llegar al destino. En su lugar, se trataba de un casco que solo podía usar uno de los dos. El hombre valiente, como es de esperarse, le entrega el traje y casco a ella: “Tú póntelo”, dijo. Ella se negó, póntelo tú, respondía. El hombre tampoco aprobaba la idea hasta que la dama, que por cierto era guapa, le explicó sus motivos, “Tú nadas mejor, aseguró; ponte el traje y llévame tan rápido como puedas, en la base me podrán revivir”. Me pregunté si existía manera de salir de esa encrucijada sin que alguno corriera riesgo de morir, como no encontré respuesta, me pareció razonable lo propuesto por ella. En la pantalla el hombre analizó las opciones, tal como lo habría hecho yo y tras una conversación emotiva, aceptó la propuesta, se puso el traje, que recuerdo blanco, se ataron con una soga, se dieron un abrazo que supongo duró tanto como los comerciales, y una vez que la tele me dijo lo qué debía comprar en mi próxima visita a la tiendita de la esquina, ya de regreso, en la película ella tomó la bocanada de aire que podría ser la última y se lanzaron al oscuro liquido salubre.
Llenamos los pulmones al mismo tiempo, el héroe nadaba con furia; el deseo de salvarla lo volvía infatigable. La doncella y yo apretábamos los labios. Poco después la asfixia me estaba ganando. Aquella mujer aún no parecía sufrir, los segundos se sumaban, cada uno era más largo que el anterior y tuve que hacer trampa, exhalé de golpe para inflar nuevamente el tórax, podía sentir con claridad el golpeteo del corazón en mi pecho infantil. En el casco se reflejaba la edificación sumergida, destino que auguraba vida, resurrección, estaba tan cerca y tan lejos. Obligado a soltar el aire agolpado y enrarecido en mis entrañas por segunda vez, noté en la pantalla que la mujer soltaba un poco de aire, que se mostraba en forma de burbujas inquietas, tomé una nueva bocanada al tiempo que la mujer, grácil, perdía fuerza, hasta quedar inmóvil, ligera, su pelo lacio danzaba al ritmo de las corrientes, yo seguía conteniendo la respiración.
Mi rostro, todavía enrojecido; mi corazón golpeaba con tumbos graves y profundos, voltee a ver a mi padre pues supuse que también nos acompañaba a la protagonista y a mí en esta tragedia de agua y amor. Aquel hombre bigotón de panza ostentosa tenía la barbilla clavada en el pecho, se había quedado dormido justo cuando más lo necesitábamos. Mis ojos, de vuelta en el mar profundo vieron sin alivio que el hombre de blanco surgía de un orificio y otros hombres y mujeres lo ayudaban a subir a él y a su amada. Ella era un trapo mojado, quitaron el pelo de su rostro y empezaron a golpearle el pecho, el tipo de blanco se había quitado el casco, hizo a un lado al compañero y sin aparentar fatiga, le daba respiración de boca a boca y apretones en el pecho con desesperación, al tiempo que repetía frases como: “tienes que vivir, regresa” o algunas parecidas. Yo aun no respiraba bien. De repente, la mujer escupe un montón de agua con una tos incómoda, mi padre abrió los ojos, vio la tele, me volteó a ver y comenzó su camino de regreso al letargo. Yo al fin respiraba con profundidad y fluidez, ella ya se reía y abrazaba al hombre que la llevó a la muerte y luego a la vida.
                                                                                                CONTINUARÁ

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