Déjenme explicar mis razones, que espero que también sean el señuelo para que se adentren en la densa prosa de este magnífico escritor.
"El catalán ha escrito un libro maduro, adulto, áspero como el primer empellón a la botella. Exigente consigo mismo, vierte en la almazara de su composición un vocabulario denso, oleoso, pocas veces sucio, del cual exprime y extrae un rico lenguaje armonioso, ordenado, fabricado con frases largas pero sostenidas y párrafos plenos de reflexiones entrelazadas. Una estructura clásica que, sin embargo, soporta una novela moderna, actual, viva y audaz."
Eso fue lo que se escribió hace dos años de la anterior novela Clemont, cuya reseña publicamos con el mismo fervor que hoy incluimos esta.
Clemot cambia el registro del anterior personaje siendo capaz de sostener malabarísticamente dos tramas a la vez fundidas en una sola historia, la del señor C., narrador en primera persona de sus últimos días en la clínica de cuidados paliativos en la que ingresó esperando a la parca. Por un lado conocemos a tesela el mosaico de su vida, que sin orden ni concierto obedece sólo a los indexados de su memoria que en forma de racimos reflota a la superficie sus recuerdos. Poca felicidad, mucho dolor, mala conciencia, errores varios, son el reflujo ácido que sube por su esófago histórico. En paralelo y ayudado por Bridoso, otro paciente amigo suyo, consigue que algunos doctores y enfermos le cuenten el momento más importante de sus vidas para componer su propio libro de las maravillas, colección de retazos memorísticos que a semejanza de Rustichelo con Marco Polo, el señor C. no ha podido vivir, pero si escribir dictados por sus verdaderos protagonistas.
El día a día de la clínica, las horas muertas que arrastran la barca de la vida de su protagonista hacia la laguna estigia se funden con los brillantes, fugaces, deshonestos y crueles recuerdos de sus semejantes en una trama untuosa, rica a la que el empeño de Clemot por usar todas la palabras del diccionario y su deseo de filosofar sobre los entramados de la memoria confieren un insuperable saber pleno tanto en boca como en nariz y posteriormente estómago que únicamente el fecundo y prolífico lector sabrá disfrutar en su esplendor.
Una vez conseguido todo esto nos espera todavía el reposo de tan rico material cuya plenitud es precisamente la que nos hace disfrutar aún más del manjar literario que Clemont nos ofrece. ¡Enhorabuena, Clemot!
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