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miércoles, 7 de diciembre de 2011

POR LOS LIBROS ESTAMOS AQUÍ

A Isaac Wislicki

¿Por qué no conocemos a Rodrigo Torres Hernández, autor de Por la senda sonora? Debe ser porque murió durante la Revolución Mexicana.
            Esta noticia la escribió Francisco González Guerrero en 1945, cuando publicó en el número 3 de la revista Occidente, tomo I, el artículo “Mascarilla de Rodrigo Torres Hernández”.
            ¿Por qué no conocemos a Francisco González Guerrero, poeta y crítico, periodista literario, académico de la Lengua? No es porque “se esfumó en el éter”, al morir en 1963, como escribió Pedro F. de Andrea en 1976.
            Y no pregunto quién es Pedro F. de Andrea. Ha habido gentes que han cuidado el tesoro literario de México. Pero el tiempo es un ventarrón que deja por todos lados lo que debería estar unido y hace falta gente para buscar y reunir.
            “¡Qué de cosas sabía Francisco González Guerrero! Al morir se las llevó consigo” –se conduele De Andrea. “En 1868, su estado natal quiso rendir ‘magno homenaje en memoria’ a uno de sus preclaros escritores, grabando su nombre en letras de oro en una de las estelas de la Casa de Cultura Jaliscience en Guadalajara.”
            El oro no sirve contra el olvido. El oro que gastan algunos buenos ciudadanos en homenajes debió servir para buscar y publicar las obras de González Guerrero, ¿y cuántos más?, tanta gente que ha amado la literatura mexicana. Como De Andrea, que estuvo hablando con la viuda de González Guerrero en busca de datos, papeles, libros.
            Imagino tirajes de miles de ejemplares que se irían distribuyendo cada año en lotes, a precio justo, para que no hubiera libros que se vuelven polvo del pasado, para que sus autores no se volvieran fantasmas, para ganarle la partida al tiempo. Cada año habría libros nuevos impresos años atrás, o más bien, libros viejos que no habrían perdido su novedad.
            Mientras ocurre eso, leo a González Guerreo: “los noveles escritores, si bien en corto número, eran asiduos en la producción;* entre ellos Rodrigo Torres Hernández, Gregorio López y Fuentes, Juan Chargoy Gómez, Conrado Abundes y Basilio Vadillo”.
* Se refiere a la revista Nosotros, que duró de diciembre de 1912 a junio de 1914.
“En ella, un reducido número de estudiantes de la Escuela Normal para Maestros sacó a luz sus primeros ejercicios de literatura”, que fue, según juzgó Genaro Estrada, “una revista de juventud en donde se publicaron excelentes trabajos de los mejores escritores nacionales”.
Y sería bueno que por lo menos hubiera bibliotecas para ello, pero no las hay para libros del pasado porque los encargados no saben dónde están. Y las librerías, las que hay, donde las hay, viven ahogadas de novedades carísimas. De los libros “tesoro” nadie quiere desprenderse, o circulan por diez pesos o poco más.
Los libros viejos sirven, como el de González Guerrero, donde encontré a un narrador muerto en la Revolución, para escribir textos como este, que también volará, como la arena que arrastra el Norte, por las calles, buscando refugio.
            Entonces vuelven a mí las preguntas. ¿La familia cuida el legado bibliográfico del muerto? ¿Los investigadores literarios? ¿Los periodistas? ¿Los lectores?

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