Los intelectuales de derecha son reconocibles por el desdén con que tratan el mundo que los rodea. Ven una extensa tierra de nadie frente a ellos y comienzan a predicar. Agradecen estirando la mano para recibir monedas de lástima. No son muchos porque los intelectuales que se respetan quedan siempre a su izquierda.
En una edición reciente de la revista Proceso fueron publicadas unas partes del libro que Enrique Krauze escribió sobre quien fuera su jefe, Octavio Paz. Fue impreciso y descuidado al describir el lugar donde estuvo la revista Vuelta en algún momento de su trayectoria. No seguí leyendo. No supe si contó algo de la prosperidad que le sobrevino a la revista, cuando se cambió a unas oficinas de lujo en un edificio en Periférico Sur y la avenida que sube a San Jerónimo y San Bernabé, a un lado del Pedregal de San Ángel, debida a los tratos con dirigentes del PAN.
El 30 de octubre, Armando Bartra reprobó un libro reciente de Krauze y recodó una frase que dio titulo a una de las portadas de Vuelta: democracia sin adjetivos. Hubo otras frases en esos años que buscaban conmover a los lectores, como la que anunciaba el fin del PRI. El entonces subdirector de la revista, Krauze, llamaba a esta estrategia dar un campanazo, en tiempos previstos, parte de una campaña.
A lo largo de la vida pública ha habido "historiadores" al servicio de "versiones" de la realidad, detrás de las cuales se acomodan patrones diversos, que provienen de un lado u otro de aspiraciones políticas reconocibles.
Enrique Krauze es una de esas anomalías en la cultura mexicana. Ha habido otros, que el tiempo ya se tragó, completos.
Tener amistad con condiscípulos con idearios contrarios a los de Krauze ha influido en ese afán que señaló Bartra en su artículo: Krauze busca interlocutores, los provoca, para no quedarse hablando solo.
Entonces busca a sus oponentes, como un espía infiltrado. Recuerdo que publicó una crítica contra Carlos Fuentes en una revista de Estados Unidos que dio como resultado el distanciamiento entre Fuentes y Paz. Así fue acomodándose como El heredero único. Un error de cálculo: Paz representa mucho más que lo que pueda haber visto su último escudero, parte de sus anomalías visibles.
En la discusión que sostuvieron hace lustros Carlos Monsiváis y Paz en las páginas de Proceso, Paz se portaba como un auténtico Mesías (releer La Regenta, y su personaje don Álvaro Mesía). Entrar en disputas públicas le convenía, acrecentaba su fama. Y lo mismo hace Krauze.
Un caso parecido es el de Jorge G. Castañeda, hijo de un diplomático como lo fue Paz en la época de un PRI abarcador. Con Miguel Alemán en la presidencia cabían gentes de derecha y de izquierda en el gobierno, no había datos indudables que los distinguieran. Poco a poco Paz fue distanciándose del PRI, aunque todavía saludó a Luis Echeverría, y cuando dio el campanazo de su renuncia a la embajada de la India, todo mundo entendió mal su desplante, pues pareció gente si no de izquierda, por lo menos progresista.
Total, dejé en su lugar el ejemplar de Proceso y me puse a ver un ejemplar de Spider-Man, que anunciaba el preludio de la muerte del héroe, atacado por siete malvados. Por cierto, la portada no tenía nada que ver con lo contado en el interior, que es como el preludio del preludio (número 19 de Ultimate). No me importó porque los trazos y colores de estos trabajadores de Marvel USA son insuperables.
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