El esteta del arte contemporáneo tiene la difícil tarea de establecer los criterios de apreciación estética de nuestros días, frente a una producción artística que quiebra fronteras, empuja límites y redefine los cánones más rápido de lo que esto puede teorizarse. Pero no solo eso; tiene que verificar primero si el arte mismo es un concepto válido y dinámico.
¿Las nociones de “gusto” y “belleza” tienen cabida hoy en día? La realidad es que la mayor parte del arte contemporáneo puede verse como una elucubración intelectual que no suscita una emoción estética sino racional, y por lo tanto está destinado a un grupo reducido de iniciados que poseen la clave para “entenderlo”, sin que importe ya apreciarlo. Al otro extremo, hay formas contemporáneas de expresión que se pretenden arte por su capacidad de llegar a las masas, sin una aportación estética en el fondo.
El arte se ha transformado conceptual y materialmente a través del tiempo. Hoy en día el sustento de muchas obras está en nuevas tecnologías y resulta difícil deslindar su valor estético de su mérito tecnológico.
Además, el arte de hoy utiliza canales de difusión y distribución que no son ya únicamente los museos, las galerías, los teatros. El sueño de hacer el arte parte de la vida misma, se ha convertido en realidad, aunque esta realidad sea una pesadilla y esta generalización desemboque en una dilución total de las nociones de “arte”, “belleza” y “gusto”.
La teoría estética moderna se presenta esencialmente en tres textos filosóficos: la Crítica de la facultad de juzgar, de Kant, el Curso de estética, de Hegel, y La obra de arte en la era de su reproducibilidad técnica, de Benjamín. La estética es el discurso esencialmente melancólico que medita acerca de la ausencia que la motiva. El “objeto” del que se ocupa es lo bello. Pero ahora que ya nadie se atreve a hablar de lo bello, la estética está en todas partes y ninguna. La cuestión no es preguntarse si la estética tiene futuro, sino creer que otra experiencia de lo bello, en estos tiempos improbables, vuelva a conmover al ser humano. Las tecnologías pueden aportar una forma distinta de expresarse y reflexionar, pero todavía está en construcción el sistema filosófico que pueda catalogarlas estéticamente.
La estética conservadora, es decir aquella que supone una belleza compuesta de placer, de desinterés, de contemplación y de universalidad, ya no puede aplicarse al arte contemporáneo. Pero eso no significa que el sentido general de la estética no sea pertinente en algún grado. Lo insípido, lo grosero, lo vulgar, y otras apreciaciones, forman parte de la inmensa gama de categorías estéticas que se encuentran (literalmente) en el mercado. Hay que indagar ahora dónde quedaron lo sublime y lo grácil. Las categorías que competen al arte desarrollado a partir de nuevas tecnologías no deben ser distintas de las tradicionales.
¿El esteta de este siglo debe ser un conocedor de técnicas también? Le sería útil, indudablemente, pero la esencia de su labor no está en el cómo.
La disquisición que el esteta actual debe plantearse se abre con las preguntas: ¿Cuáles son los criterios del juicio estético de hoy? ¿Qué “gusto” se aplica y por quién para denominar arte una obra? ¿Cómo se adaptan los museos a las nuevas formas de arte? ¿Qué otros espacios se han abierto para el arte?
Según Yves Michaud, uno de los pensadores que ha intentado redimensionar la estética, la crisis del arte no está en las prácticas, sino precisamente en nuestra representación del arte y su lugar en nuestra cultura. Él piensa que se trata de un fracaso del ideal del arte, y en particular de su “función comunicativa”, a pesar de que muchas de las formas en que se basa hoy el arte están directamente relacionadas con tecnologías para la comunicación.
La crítica de Michaud se centra en:
el museo como referente del arte (pues “Tiende a convertirse en una especie de centro comercial cultural donde se prodigan los eventos y las ofertas artísticas, pero también el ocio y el consumo culturales”);
la profesionalización del artista (“Un “gran artista”, sea en las artes tradicionalmente reconocidas, sea en la música techno, es hoy alguien que produce para un mercado mundial de acontecimientos y públicos con la ayuda de asistentes y gestores: es un empresario y un mediador, cuyo arte consiste más bien en la puesta en escena de una práctica artística que en las obras”);
la globalización del arte y la disolución de su significado (“Los grandes museos abren sucursales o antenas […] Los museos se han convertido en “marcas”, al igual que las producciones de la industria del lujo, y estas marcas obedecen a la lógica de la globalización”);
la industrialización de la producción estética (“Hay una producción industrial todavía más considerable en el dominio de las artes llamadas “menores” o “populares” y en el de la cultura en general: música popular, canción de autor, vestidos, diseño y entorno, moda, cine y televisión, videojuegos”);
la estatización de la vida cotidiana (“Si preguntamos a alguien que no pertenezca a la minoría utraminoritaria de los especialistas del arte: “¿Qué quiere decir estética?, no hablará de arte, sino de productos de belleza, de cocina, de maquillaje y de cirugía, que llevan también este nombre”);
y la expansión del turismo (“El turismo no es sólo la primera industria del mundo: se trata también de una manera de estar en el mundo, de una actitud existencial que tiene mucho en común con la actitud estética: el desinterés, la búsqueda de la novedad y de lo distinto, de la frescura y de la liberación de la mirada, la apertura a nuevas experiencias y sensibilidades, por más que todo esto se traduce, finalmente, en visitas gregarias de monumentos restaurados, en la compra de souvenirs “auténticos” made in China y en el consumo industrial de la cultura”).
Por estas razones, la reflexión estética no puede abstraerse de la mundialización de conceptos, de los mecanismos de la sociedad de consumo, de los avances tecnológicos, de las políticas identitarias, así como de una reevaluación de las nociones de cosmopolitismo y de los niveles de interpretación del fenómeno artístico.
Sin embargo, referirse a la práctica artística implica reconocer su estatus diferencial en el campo social, debido a que el objeto de esta práctica procede de un modo particular de funcionamiento que le garantiza una autonomía. Entonces, ¿la práctica artística y su juicio estético están fuera del perímetro de la globalización, la economía de mercado, etc.?
En vista de la incierta situación del arte y la cultura en la era neoliberal, de la capacidad del mundo dirigido para asimilar la potencia crítica de las obras, del advenimiento de la industria del espectáculo y el mal gusto, y de los singulares propósitos de los artistas ¿no parece urgente el desarrollo de una estética nueva?
En las teorías estéticas de los últimos años se puede encontrar el resurgimiento de la tesis hegeliana de la muerte del arte, particularmente en las obras de Danto y Groys. Pero puede aplicarse también desde una perspectiva nietzscheana: la de la muerte de Dios. Para Nietzsche, se necesita tiempo, siglos quizá, antes de que se perciban las consecuencias de la muerte de Dios. El arte ha sido arrastrado en esta muerte y sus consecuencias apenas están surgiendo con el arte contemporáneo. No hay todavía teorías estéticas que aporten otra opción.
El esteta de hoy en día debe replantear el arte mismo desde sus bases ontológicas, qué es, de dónde viene y hacia dónde va, mucho más que con qué se hace.
Danto, Arthur C., “El final del arte”, en http://www.temakel.com/texfildanto.htm
Groys, Boris (2005). Sobre lo nuevo: ensayo de una economía cultural. Editorial Pre-Textos.
Lafrague, Bernard, 2008 “Les retrouvailles de l’esthétique” en Figures de l’art # 10:
Michaud, Yves, 2009 “Filosofía y estética del arte”, en Disturbios, revista en línea: http://web.me.com/gerardvilar/Disturbis567/Michaud.html
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